OCIO

OCIO
Cuando llega el viernes, aquí en la obra, se nota una sensación de optimismo laboral, un relajo profundo que suaviza la relación entre nosotros. Andamos los tres por aquí, risueños, siempre dispuestos a echar una mano donde otros días no se echa. Esas conversaciones que tanto nos gustan discurren en un ambiente de exquisito respeto, apenas se alza la voz para tapar lo que otro está diciendo y tener más razón que él. Los viernes siempre tienen un sabor especial, aquí en occidente, donde el fin de semana se dedica al descanso.
Fin de semana. Bien, se acabó la faena, a descansar.
Eso pensábamos nosotros antes de profundizar en el tema. Ahora, después de analizarlo con esa triple filosofía que manejamos, ya no nos parece lo mismo.
Es viernes, has acabado en la obra. A casa. Una buena ducha y tiempo por delante, para ejercer ese derecho al ocio que otros se ganaron, a base de correr delante de los guardias y aguantar palos. Sin rencores. Que es viernes. Pero, como no sueles utilizar la cabeza cuando te echas novia, porque el mando y gobierno de tu voluntad y deseos está más abajo, en el corazón, y a veces más abajo todavía, quiso Cupido que viviera ella a cuatrocientos kilómetros de aquí, de la obra. Entonces y de momento el descanso se trasforma en cinco horas al volante, como el mejor de los taxistas, nada de ocio. Al final, quince horas después de haberte levantado de tu camita, cuando ya no es viernes, el fin de semana es tuyo, ocio va y ocio viene. Este fin de semana lo voy a “ociar” pero bien.
Es sábado, podrías dormir la mañana, ¡pero!, hay unas compritas que hacer, cosa guapa. Ala, arriba. Eso sí, un buen desayuno con tu reina y a por el coche. ¡Vaya!, no tiene combustible. No hay problema, cielo, yo se lo pongo de camino. A la gasolinera y listo.
–¿Me lo llena?, por favor.
Pues no, no te lo llena, porque esto es un autoservicio, para su comodidad. La de él, el dueño. A trabajar, de gasolinero, solo un ratito. Y no hay guantes de plástico, así que te van a oler las manos a gasoil un buen rato, y luego le llevas el dinero tu mismo a la señorita aquella que está allí dentro, en aquella ventanilla, calentita y a la espera, y recuerda el número del surtidor, no seas burro, a ver si tienen que hacerlo todo ellos. Ya no está aquel asalariado parlanchín que te confirmaba que, efectivamente, hacía un sol espléndido, a pesar de que había caído una helada de tres pares. Así que no puedes ni hablar, puedes distraerte leyendo los carteles que te advierten de todo lo que no puedes hacer. No puedes fumar, no puedes hablar por teléfono, no puedes confundirte de manguera, no puedes repostar con el motor en marcha, ni dejar las luces encendidas, no puedes marcharte sin pagar, hay cámaras de seguridad que te vigilan por si acaso detrás de ese aspecto, jovial y campechano, se esconde un estafador de poca monta. En una gasolinera no puedes hacer casi nada, excepto centrarte en trabajar, nada de ocio, ahora trabajas para AVAROPSOL, o ROBARNOCAMPSA, o cualquiera otra.
¡Listo! A disfrutar del sábado. Nos vamos de compras. No a una tiendecita de esas de antes, con tendero cercano y bonachón que podría fiarte hasta fin de mes si las cosas se pusieran putas, no, vamos a una “gran superficie”, a un HIPER-mercado. Yo, cuando escucho eso de gran superficie siempre me imagino una finca inmensa, o un edificio enorme totalmente vacío, pero no. La gran superficie está, toda ella, atiborrada de millones de productos y, curiosamente, has de procurártelos tú mismo. A trabajar. Primero te buscas el carro, va con moneda porque aquí, igual que en la gasolinera, los estafadores de poca monta están mal vistos, luego ya puedes empezar a trabajar en una gran superficie, sin contrato, ni seguro social, ni vacaciones. A mí, como estos espacios con tantísima información me aturden, me lleva mi reina de la mano y no me pierde ojo, porque si me pierdo, como hay Dios que acabo llorando.
Millones de productos donde escoger lo que más te apetezca, todos perfectamente colocados, embasados y etiquetados. Algunos han sido más previsores que yo y se han traído las gafas de cerca, porque están llenos de leyendas que rezan: “Comida sana”, “Producto artesano”, “Receta tradicional”, “Salud pura, embasada para usted”, y estas se leen desde dos metros de distancia pero hay otras, en letras microscópicas, donde pone los venenos con que están tratadas y yo me pregunto por qué esto, tan importante, tiene las letras tan pequeñas. Me lo aclara mi reina.
— Es lo que manda la legislación vigente.
Bueno pues entonces, los que elaboran la legislación vigente, son unos hijos de puta pesebreros vendidos al mejor postor, porque permiten que alguien escriba en un bote de pimientos, en letra microscópica, –estos pimientos están elaborados con gasolina, dinamita en polvo y mierda de iguana–y a mí no me dejan hablar por teléfono en una gasolinera. Entonces nos cambiamos de pasillo, porque a mi reina le gusta lo que pienso, pero no como lo digo. Llevamos una hora trabajando para esta empresa y aquí nadie habla de tomarse un cafetito, estamos todos ocupadísimos catalogando, escogiendo, contabilizando. Yo me quedo pasmado. Miles de operarios trajinando sin descanso, con dedicación y esmero, y gratis. Ahora me voy a enterar de qué es lo que llevan estas salchichas para conservarse, comestibles, durante más tiempo que cualquier ser vivo. No puedo leerlo hijos.
Después de dos horas de labor nos vamos diligentes a llevar el dinero donde ellos lo quieren, en la caja dispuesta a tal efecto. Yo, además, quiero darles las gracias por haberme dejado comprar aquí, por no desconfiar de mí, que bien podría ser un estafador de poca monta y me han dejado pagar al salir sin hacerme una radiografía por si me he comido algo. Porque hambre ya tenemos mi reina y yo.
A comer. ¿Dónde vamos? A un buffet libre. Sí señor, más ocio. Por un precio módico todo tipo de víveres a tu disposición. Tú los escoges, tú te los sirves, tú te los comes y no los cocinas porque no tienes el carné de manipulador de alimentos. Entrantes de todos los colores, primeros de todos los sabores, segundos, postres, café, pan. Son tantas cosas que yo me vuelvo a aturdir y, aunque solo estamos mi reina y yo, transporto comida a la mesa para seis personas, por lo que pueda pasar, que hay aquí demasiada gente, toda hambrienta. A mí me enseñaron cuando era pequeño, seguramente estaban equivocados, que no se deja nada en el plato, así que estoy aquí, a punto de reventar, y faltan los segundos, el postre, y café creo que no quiero.
Después de comer, mi novia y yo, tenemos una tranquila sobremesa y charlamos de cómo fue la semana, de cómo fue el viaje y de muchos otros temas. No es que sea costumbre, es que no podemos movernos del asiento, yo no pienso moverme de aquí hasta que no pueda volver a poner el cinturón en el agujero que estaba cuando entré. Me encuentro mal, me doy asco, padezco obesidad mórbida y me llamo Sancho Panza.
Y otra vez a llevar el dinerito a la señorita de la caja, a dar las gracias por el estupendo servicio y, si me dejara mi novia, le borraba esa sonrisa de la cara con una ventosidad que tendrían que evacuar el barrio.
Ala, a por el coche. Lo dejé mal aparcado, no porque esté en lugar prohibido, no. –Porque aquí hay golondrinas. Dice mi reina. —Justo aquí encima. Me lo han puesto perdido con sus desechos. Habrá que llevarlo a que nos lo laven. No nos lo lavan, lo tengo que lavar yo, auto-lavado se llama. Ahora ya no sé para quién estoy trabajando, no hay señorita, ni caseta, ni nada. Una ranura, instrucciones bien escuetas y vuelvo al habitáculo como una sopa. El coche está impecable.
–¿Y si nos vamos a casa? Cari.
–Sí, mi reina, sí. Porque yo estoy agotado.
Se acaba el sábado y yo no he visto el ocio por ninguna parte
En la obra se trabaja duro, a veces en condiciones penosas, pero yo no vuelvo a casa en este estado y al menos sabemos para quién trabajamos. Mañana no salimos de casa, no cojo el teléfono, no abro la puerta, no friego. No quiero ociar también el domingo.

ESTÁ VIVO DE MILAGRO

ESTÁ VIVO DE MILAGRO
Hoy en la obra estamos un poco raros, algo afectados. Solo Fery y yo trabajamos en ella, Doc ha tenido un accidente, se ha caído, no del andamio, que sería lo más lógico hablando de un paleta. Doc se ha caído de la bicicleta.
Está vivo de milagro. Se ha caído de una bicicleta que circulaba a todo trapo, cuesta abajo, por terreno irregular y que lo ha desmontado sin previo aviso, a traición. A Doc siempre le ha gustado andar en bicicleta. Recorre con ella todos los caminos y veredas de esta montañosa comarca y así que aparece un día soleado, aunque estemos en octubre, él se coge su toalla y se larga dando pedales a pegarse un baño en el embalse cercano a su casa. Es una costumbre muy sana. Activa la circulación, fortalece las defensas y te hace prácticamente inmune a catarros y resfriados. Yo no entiendo por qué él le llama “costumbre”, porque yo lo he intentado y no hay manera de “acostumbrarse”.
La costumbre de marras lo que no te hace es inmune a los rasponazos por toda la espalda, las magulladuras en piernas y brazos, las erosiones en rodillas, codos y manos, ni a volver a tu casa mareado, perder el conocimiento, y tener un hombro y el cuello muchísimo más grandes que los de Conan el Bárbaro.
Doc dice que no tiene ni idea de cómo sucedió, nunca se había caído de la bicicleta ni lo tenía en sus planes, él bajaba como una centella a lomos de la ingrata y, de pronto, bajaba como una centella sobre sus propios lomos. Dice también que ni la bicicleta, ni las malas condiciones de la pista tienen la culpa de semejante descalabro. Él se lo achaca, en un ochenta y cinco por ciento, a la velocidad y, el quince restante, a la sorpresa. La bicicleta ha quedado en un estado lamentable y, al verla, lo primero que se te viene a la cabeza es; “no ha habido supervivientes”.
El caso es que nos ha dejado solos aquí en la obra mientras él se recupera, con esa salud de hierro que tiene y su buena encarnadura, de los daños sufridos. Otros estarían en el hospital dando paseos por los pasillos con el culo al aire y desayunando antibióticos, él, como es indio, deja que la naturaleza haga su trabajo.
Nosotros, aquí en la obra, estamos un poco raros, algo afectados, yo diría que algo más que el propio Doc.

EL DIOS DE LA LLUVIA

EL DIOS DE LA LLUVIA
El Dios de la lluvia es Fery. Puede hacer llover a su antojo, para su desgracia y la nuestra. Digo desgracia porque así que Fery se acerca a un tejado, a trabajar, se pone a llover. Él se harta a repetirlo, pero nadie se lo cree. Nada más nos lo creemos Doc y yo, porque lo hemos visto, lo hemos sufrido, lo sufrimos y nos cuesta unas buenas mojaduras. Por aquí, es costumbre labriega y religiosa, sacar santos y vírgenes de romería cuando la sequía amenaza las cosechas, pasean las imágenes con devoción pidiendo agua para sus campos. Les iría mejor si pusieran a Fery encima de las andas y lo llevaran a reparar un tejado. Entonces sabrían lo que es un milagro. Entonces verían con sus propios ojos, como lo hemos visto nosotros, teñirse de gris el firmamento todo y caer agua sin medida ni conocimiento. Verían abrirse las fuentes del abismo, las compuertas del cielo y los grifos de San Pedro. Agua y agua, como en el antiguo testamento pero sin cruces ni padrenuestros.
Diecisiete calderos por metro cuadrado y, si no bajan a Fery del tejado, protección civil va a tener mucho trabajo, las calles se convertirán en ríos, los ríos se llevarán los puentes, los pueblos quedarán incomunicados, la comarca será declarada “zona catastrófica” y los labradores recogerán subvenciones en lugar de alubias. Fácil, muy fácil, pero la gente no se lo cree.
Yo sí, yo he visto un cielo claro y despejado, raso que dicen por aquí, convertirse, en un pestañeo, en abismo amenazador, presto a descargar toda su furia al menor intento de subirse Fery al tejado.
Doc y yo lo hemos pensado a menudo, comprar una gran furgoneta y tres paraguas y llevarnos a Fery por los pueblos, ofrecer lluvia bajo pedido, en la finca que se desee, a la hora que se escoja, sin romerías, sin poner velas a nadie. Con un bonito megáfono por el que anunciar:
–EL LLOVEDOOOR, HA LLEGADO EL LLOVEDOOOR.
–SE RIEGAN FINCAS A CAPRICHO, HUERTOS, SEMILLEROS.
–LLENAMOS DEPÓSITOS, ALBERCAS, POZOS, ESTANQUES.
–EL LLOVEDOOOR, HA LLEGADO EL LLOVEDOOOR.
–QUINIENTOS EUROS POR HORA. (Que estamos hablando de un milagro y la furgoneta cuesta una pasta)
A estas alturas estaríamos forrados. O nos meten en la cárcel por dejar en el paro a tanto meteorólogo y arruinar a los del meteosat, y a Fery se lo lleva la NASA para estudiarlo. Porque algo tiene.
Pero, la gente, no se lo cree.

LENTEJAS CON PIMIENTOS DEL PADRÓN

LENTEJAS CON PIMIENTOS DEL PADRÓN
Hoy la obra ha sido un infierno, lo reconozco, pero es que esta obra, y lo que en ella vivimos y aprendemos, nunca deja de sorprendernos. Uno de nosotros, no voy a decir quién porque siempre hay personas que sacan conclusiones y juzgan como trascendental lo que solo es anecdótico, ha tenido el día francamente duro y nos lo ha hecho duro a los demás. Lentejas con pimientos del padrón. Cuestión culinaria, tema delicado, escatológico y de narices. Los pedos han convertido la obra en un infierno. La convivencia se ha visto seriamente dañada, la amistad se ha puesto a prueba y habría sido mejor dejar la nariz en casa. Uno de nosotros ha sido el culpable, bueno, sería más justo decir que, la novia de uno de nosotros ha sido la culpable y nosotros tres las víctimas de su afán por innovar en el apasionante mundo de la alta cocina.
Toda ciencia necesita de aquellos que aportan nuevas ideas, revolucionarios conceptos que ayudan al progreso, enfoques que aportan una visión más amplia y abren nuevos y desconocidos horizontes en la materia, “investigación” en definitiva. Toda investigación conlleva un riesgo. De los riesgos estoy hablando aquí.
El domingo, día del señor, es el más propicio para romper esa monotonía culinaria en que se mueve la plebe. Eso debió de pensar ella, “la culpable”, cuando añadió, a las inofensivas lentejas, un puñado de pimientos del padrón, que unos pican, y otros no. Viendo y oliendo los efectos, yo creo que picaban todos.
Según cuenta el que se alimentó con ellas, las lentejas con gasolina se tragan mejor, pican menos y no hacen falta dos litros de agua para comerlas. Dice además que, tras la calamitosa ingesta, ni se te ocurra encender ese cigarrillo, que el riesgo va en aumento y la siesta se torna peligrosa. Puedes verte envuelto en llamas, mientras duermes, por causa de una fina, silenciosa y suave ventosidad que combustiona sin necesidad de chispa alguna. Si por el contrario la ventosidad es importante y ruidosa, más te vale abrir las piernas y salvar así la cara interna de los muslos, has de abrirlas con decisión, sin titubeos, y separar bien los pies, porque si no podrías calcinar los tobillos. Obvio es decir que las ventanas han de permanecer abiertas, independientemente de los grados bajo cero que pueda haber en la calle, que los catarros y enfriamientos tienen mejor cura que las quemaduras de tercer grado o las inhalaciones de gas letal. Por supuesto, queda terminantemente prohibido compartir cama con nadie, al menos, en los tres días posteriores, acercarse a zonas habitadas y manipular líquidos inflamables.
Aquí, en la obra, después de sufrir los efectos a medio plazo, veinticuatro horas después de la ingesta, hemos llegado a la conclusión de que, en el código penal, debería estar tipificado como delito el andar por ahí como una bombona de butano sin advertir a otros ciudadanos. Una advertencia, con un bonito y llamativo cartel, como en los paquetes de tabaco:
”Manténgase alejado del radio de acción de esta máquina. No lo parece, pero MATO”.
”MATO”, en rojo, bien visible.
También hay acuerdo entre nosotros en considerar como necesario y bien de utilidad pública, que puede ayudar a salvar vidas, el dar a conocer este triste y desagradable capítulo, para que a nadie se le vuelva a ocurrir aderezar las lentejas con pimientos del padrón poniendo en peligro su propia vida y la de otros.
El que se las comió, queda disculpado porque los albañiles, por amor, somos capaces de acometer las gestas más extraordinarias y de hacer las estupideces más insospechadas.
Hoy ha sido un infierno, hijos.

SÉ PERSONA

SÉ PERSONA
Aquí en la obra hay días que se tuercen, no laboralmente, si no en cuestión personal. Hay días en que, sin una causa cierta, por deporte, apareces con la cara larga, el gesto apático y la lengua desanimada. No sabrías decir por qué, pero las rosas solo son hierbas. El sol, que ayer te acariciaba, hoy es cancerígeno y quema. Los pajarillos, que otros días alegraban con sus trinos la mañana, hoy andan graznando de un lado a otro, cagándolo todo. Ese entrañable momento que compartías con Fery para fumar un cigarrillo, mientras organizabas las tareas, es perder el tiempo con ese puto vicio que te está matando. Esa salud de hierro que tienes ¿para qué coño la quieres, para perderla en esta mierda de obra? Esa actitud positiva y jovial que tanto nos gusta, ¡menuda chorrada!
–¡Buen humor!, ¡buen humor! Todo el día con una sonrisa bobalicona en la cara. Como si fueras idiota.
Hay días en que Fery y Doc ya saben que no estás tan dispuesto al buen humor como querrías. Hay días en que apareces enfadado con el mundo, “emburrao, y allí te esperan los dos, con esa sonrisa de oreja a oreja, como dos imbéciles, dicharacheros y joviales, como casi siempre.
Estás “emburrao”, pero no te sirve de nada en esta obra. No te respetan. Aquí, en la obra, no se admiten esas conductas, no señor. Si persistes en mantener esa conducta, pronto te arrepientes, porque se ríen a tu costa, hacen comentarios y preguntas que ellos mismos se responden y, al cabo de diez minutos, tu enfado y persona solo son graciosos adjetivos entre carcajada y carcajada.
Entonces solo se pueden hacer tres cosas. O te ríes con ellos y cambias esa dirección errónea que llevaba el día, o te vuelves a casa a ver si en la cama se te pasa, o te emburras más y más y alguien en esta obra tiene que morir.
Y no te respetan, porque saben que estás equivocado, que tu mal humor no corresponde a este lugar, te lo traes de otro sitio, así es que:
— Te lo dejas donde lo encontraste, ¡guapo!
Así quiero yo decir a todos esos burros y burras que, cada día, nos encontramos detrás de mostradores, ventanillas y cristales. A todos esos y esas que tienen que soportar calefacción en invierno, aire acondicionado en verano, hilo musical, ropa limpia y seca mientras laboran, café de media mañana, café de mañana y media, periódico diario, nómina domiciliada, y además han de atendernos a nosotros, ignorantes e impertinentes que no tenemos otra cosa que hacer que salir de casa a recorrer locales comerciales y oficinas, haciendo preguntas estúpidas, para complicar su desgraciada vida, A todos esos que, trabajando en tan penosas condiciones, no pueden evitar esa cara de palo, esos modales de sargento de la legión, esa educación de chulos de putas cuando nos hacen el inmenso favor de atendernos o vendernos algo que vamos a pagar, o que ya tenemos pagado.
A todos esos y esas que, desde “nuestras” instituciones nos miran con cara de asco cuando no sabemos rellenar, “previo pago”, el formulario TC/72-0003-00033-44-55-B/180hijoputasºº1-MODELO0012-“ejemplar simplificado” para _retrasados/mentales/5555001930_HU.
–Pero, ¿qué desgraciado diseñó este formulario a rellenar por el interesado/declarante/peticionario/solicitante?
Formulario de papel autocopiativo que se ha de rellenar a máquina, (como si todo el mundo llevara una máquina encima cuando sale a pendonear por las oficinas), o con bolígrafo sobre superficie dura, (y ¿quién le pide a la fiera que le deje un huequito de su mesa para apoyar en él nuestras torpes manos? Si pones una mano encima de su mesa seguro que te la arranca de una dentellada) o sea, en el suelo. Con letras mayúsculas en casillas donde no caben, sin rellenar las casillas sombreadas, o sea, al sol. Y ya puedes preparar otro euro, porque seguro que tendrás que volver por ventanilla, a comprarte otro bonito formulario en el que demostrar tu total inutilidad. A todos esos y esas que te ignoran mientras miras el papel sin entender una palabra y rompes a sudar. Suda tu frente, suda tu cuello, sudan tus manos y, ¡ojo!, el papel es “autocopiativo”, ¡ala! A por otro, y van tres. Te ignoran mientras tú, debajo de la boina, te planteas liarte la manta a la cabeza, liquidarlos a todos y acabar con esto de una vez. No tiene que ser delito, porque no son humanos, tienen que ser de plástico, no puede ser que tengan padre y madre.
A todos esos y esas, que yo entiendo que no han tenido la inmensa fortuna de compartir tajo con quien yo lo comparto, ni de acudir contento cada mañana a una obra como la que yo disfruto, y sabiéndome afortunado, quiero yo decir:
En tu tiempo libre, puedes comer osos con monda y todo si te apetece, puedes también apuntarte a karate y disolver a patadas esa mala baba que te gastas, puedes comprarte un carretillo bien grande, llenarlo de piedras y largarte a hacer el camino de Santiago en dos etapas, puedes ponerte delante del espejo y poner caras de muy, muy enfadado, a ver si se rompe, o pasearte por el pasillo de casa con esas ínfulas tuyas, mientras tu pareja e hijos te tiran pétalos de rosa. Puedes hacer y emburrarte cuanto quieras en tu tiempo libre pero, cuando vayas al trabajo, sé persona, desgraciado, sé persona.