PROPAGANDA.

Pensaba yo, no sin fundamento, que ya nada podía encontrarse en este mundo sin tener que pagar por ello, cuando de morros topeme con el sin par artilugio. El artilugio en cuestión no es otro que uno de los cientos, miles, millones de bolígrafos que infinidad de empresas escupen al mundo sin descanso, con sus nombres rotulados en ellos. A mí, como el mundo de la papelería y la escritura me fascina y esclaviza, que siempre estoy dispuesto a estrenar y probar bolígrafos y cuadernos, me llamó la atención.
¿Qué empuja a una gran marca de piensos para la cría y engorde de ganado vacuno, a repartir y colocar por medio mundo, totalmente gratis, una cantidad incalculable de bolígrafos? ¿A qué obedece este compulsivo comportamiento? Tal vez desean que no haya un solo ganadero en el mundo sin un bolígrafo con que rellenar su quiniela. Ellos, los “creativos”, lo llaman marketing, merchandaisin o algo así. Nosotros, en la obra, lo llamamos propaganda y no sé si alguna vez alguien ha comprado, este o aquel pienso, por culpa de un bolígrafo de estos. Yo no lo creo. En fin, a quién le importa. Vamos al bolígrafo gratuito que es lo realmente sorprendente.
Tienen estos bolígrafos en su currículo una particularidad común a todos ellos, nadie sabe cómo llegaron a sus manos. Un buen día aparecen y nadie sabe ni pregunta. Sorprende en este caso, por no tener yo nada que ver con el nutritivo mundo de los piensos, ni de la cría y engorde de animal alguno que no sea el que escribe.
Es el caso que recuerdo haberlo visto rodando por mi mesa, como ofreciéndose voluntarioso, con sus colores rojo y crema, y sus insolentes letras doradas. Jamás lo utilicé. Pasó la mitad de su tiempo en un bote con la punta mirando al techo, con el peligro que tal postura tiene para un bolígrafo de medio pelo, por carecer de los innovadores sistemas anti-retroceso que encarecerían el precio final de un artículo que ha de ser gratuito. Aún así, nunca dio muestras de derrame ni nada que se le parezca.
Habitó, siempre ocioso, todos y cada uno de los cajones que había en la casa y desapareció nuevo, anónimo y despreciado en una de las muchas mudanzas que en mi vida han sido.
Durante años durmió el sueño de los justos en una de esas cajas de mudanza que se cierran en la vieja casa y así, sin abrir, adornan el trastero de la nueva. Cómo abandonó esa caja y se presentó hoy ante mí, es un misterio. También es un misterio dónde han ido a parar los cientos de bolígrafos BIC que he empezado en mi vida y nunca vi terminados. O los cientos de mecheros que yo he estrenado (porque yo soy un maldito fumador, que no se olvide esto) pero que nunca he conservado el tiempo suficiente para verlos gastados. ¿Dónde están? ¿En qué lugar se amontonan, por millones, estos artículos? El caso es que las circunstancias me obligan a utilizarlo y contra todo pronóstico, ¡ESCRIBE! Después del tiempo transcurrido y a pesar de su condición de gratuito, escribe perfectamente. Por cero pesetas, un magnífico bolígrafo, fiable, de formas estilizadas y exclusivo diseño. Un bolígrafo de propaganda. Accionado por botón percutor, con sistema de transmisión sobre muelle pivotante que permite escamotear la barra de tinta en el interior del fuselaje, protegiendo la punta de ataque de posibles golpes indeseables que dañarían la micro-esfera distribuidora, mecanismo indispensable para la correcta regulación del caudal de tinta. Patilla de acero cromado para la correcta sujeción al bolsillo. Arandela metálica con baño dorado para la perfecta unión de los dos cuerpos del fuselaje. Carcasa delantera con recubrimiento de caucho para proporcionar un tacto agradable y un óptimo ajuste a la mano. Una maravilla, algo increíble en definitiva, un derroche de ingenio y tecnología al alcance de cualquiera, totalmente gratuito, señores, que no todo es mercadería y ambición en este mundo. No perdamos la esperanza, alguna gran marca nos sorprenderá un día de estos con su propaganda impresa en estupendos jamones que repartirá generosamente por esos mundos de Dios. Haya salud y suerte.

RIESGO

Aquí, en la obra, todos sabemos que la nuestra es una profesión de riesgo. Lo dicen las estadísticas, pero nosotros no acudimos al trabajo con esta idea en la cabeza. Supongo que nadie acude al trabajo con semejante sensación. No sé si a los toreros, que se la juegan a ras del suelo, sin un triste andamio al que subirse cuando la bestia se arranca resoplando, se les pasa por la cabeza la estadística. Además, aunque la estadística no lo diga, el riesgo surge allí donde menos te lo esperas.
Yo he estado dos veces a punto de matarme. Una ya hace años, en accidente de tráfico. La otra, ayer por la tarde. Donde menos me lo esperaba, allí me vi con la de la guadaña, recogidita, silenciosa y dispuesta a convertirme en estadística. Cuando yo entré en el cuarto de baño, no me percaté de su presencia. Yo llegué con mi libro y solo quería un ratito de intimidad escatológica. Nada más. Es bien penoso, y poco fotogénico, tener que lidiar con la muerte y sus embestidas con los pantalones por las rodillas, pero así los tenía cuando me dispuse a sentarme en la taza del wáter. Fue entonces, en el último momento, cuando vi con horror que el asiento no estaba puesto, que mi culito se iba a posar directamente sobre la fría porcelana. Esa sensación siempre me ha sobrecogido, se me eriza el cabello y un pánico cerval asciende por mi cuerpo, por dentro, hasta la nuca. La reacción, la mía, fue automática, en una fracción de segundo, como una gacela ante su depredador, por todos los medios intente abortar el descenso y a un mismo tiempo bajar el asiento. Entonces, resbalé. Este momento de indefensión y desamparo, este instante crítico, este punto de no retorno, es lo que yo llamo “la mutación del cuarto de baño”. Un simple resbalón convierte un entrañable y acogedor cuarto de baño en algo mucho peor que una cámara de tortura. Todo su mobiliario, (recordemos que el cuarto de baño es la única estancia de la casa donde los muebles están atornillados al suelo y esto los hace mucho más contundentes y dañinos en caso de golpeo) todas sus esquinas y aristas, todos sus bordes, cantos y vértices cobran vida. Todos giran ansiosos en busca de alguno de tus huesos, quieren romperlos, machacar tus tendones, dislocar tus articulaciones y hematomizar tu cuerpo. La palabra hematomizar no existe, me la acabo de inventar, pero dice exactamente lo que quiero decir.
Resbalé y el cuarto de baño mutó. Un pantalón por las rodillas no favorece la defensa, la dificulta, y mucho. Intentas mover las piernas como lo harías normalmente, recuperar el equilibrio, pero del placaje de un pantalón por las rodillas, con los zapatos puestos, no se zafa ni Dios. Acudo a los brazos, busco un algo, lo que sea, a lo que agarrarme y arranco un colgador de toallas con el que me auto golpeo en la sien derecha. Los colgadores de toallas están hechos para colgar toallas, no para salvar vidas. Me deshago del colgador mientras sigo descendiendo como un pelele de trapo. El bidé está demasiado cerca, el lavabo demasiado lejos, lejos para agarrarme, pero no tan lejos que no pueda desnucarme con él. Mis piernas no responden, el pantalón no me suelta. Caigo entre la taza y el bidé. Tengo un brazo retorcido dentro de la taza. No lo rompo gracias a que mis costillas se estrellan contra el borde de la taza y me impiden seguir cayendo y respirando. Los golpes en las costillas tienen un especial sabor, ya lo creo. También ayuda que me he agarrado a la cisterna con una de mis cejas, y se me he roto porque sangra abundantemente y no veo nada con ese ojo. Es casi fijo, me estoy matando. Del otro brazo solo siento la mitad, me he golpeado el codo contra el borde del bidé, justo en ese punto donde se duermen todos los dedos y solo entonces he soltado el libro.
Mientras todo esto pasaba y yo descendía, los pantalones hacían exactamente lo contrario y ahora mis piernas están por encima de mi cabeza. Saco mi brazo de la taza y me agarro al borde para intentar levantarme, ahora cae el asiento, él solito, y me pilla los dedos que aún siento. Espero unos minutos sin intentar siquiera moverme, por ver si acaso tengo alguna lesión interna y me desangro, y pierdo el conocimiento, y acaba todo.
Yo solo quería un ratito de intimidad, pero el riesgo acecha en cualquier parte, lo digan o no las estadísticas.
Haya salud y suerte.