A SARA

A SARA
Yo, cuando la obra me deja un ratito libre, escribo historietas y tonterías. Algunas veces, cuando ese tiempo no llega, se las cuento a Fery y a Doc. Cuando me siento a escribir, nunca sé a ciencia cierta qué es lo que acabará pasando en el papel. Ni siquiera sabemos si Fery y Doc existen realmente, tal y como yo los muestro. Escribir es, para mí, una pasión y un castigo.
Una pasión porque, en esa soledad necesaria, desaparezco. Cuanto más vuelco en el papel lo que siento y pienso, menos se me ve. A veces juraría que, desde fuera, solo verían el cuaderno y un bolígrafo garabateando por su cuenta. Yo no estoy. No sé a dónde voy, no sabría decirlo, pero me voy, y esa sensación, esa soledad me es, cada día, más necesaria y agradable. Luego, cuando aparezco de nuevo, leo lo que el papel me muestra y lo acepto, me guste o no, soy yo. No siempre fue así.
Un castigo porque, una parte de mí, sufre y se sacrifica buscando, soñando y registrando cada rincón de mi persona. Una parte de mí pide, suplica, reclama y exige su tiempo para mostrarse en el papel. Una parte de mí que no entiende de tiempos, normas ni circunstancias. Hacer que coincidan en tiempo y lugar, estas dos caras de mi persona, es parte del castigo. Con tiempo, instrucción, paciencia, y sacrificio se puede conseguir que coincidan bastante a menudo. En mi caso, que no es el más aconsejable, esto ha llegado por burro, por cabezota, por bestia. Que yo, como soy chambombo, no sé hacerlo de otra manera. No siempre fue así.
No siempre fue así. Antes, cuando aún me salían granos, cuando las chicas me daban pánico, y pensaba que no merecía este cuerpo que tengo, escribir solo era un castigo. Una bola de angustia inmensa inflándose dentro de mí. Una bola de angustia que se transformaba, sin previo aviso, en un carnaval de alegría. Hora lloraba por las esquinas, hora todo es maravilla. Hora me como el mundo, hora me come a mí. Hora escribo lindos poemas, hora este bolígrafo es imbécil. Hora soy una divina creación, hora una aberración cuelli-corta con la imperiosa necesidad de escribir. Escribir ¿Qué? Todas aquellas angustias y sensaciones están hoy presentes en lo que escribo. De ellas me alimento en cada historia y recojo un fruto que entonces no comprendí. Recógelo con humildad y paciencia y estarás haciendo un trabajo impagable, incomprensible para los que no sienten esta pasión, pero bendito para nosotros.
Atención, esto no es un consejo. Es una confidencia para Sara. Tengo de aquellos tiempos más de diez folios, escritos por las dos caras, con una única frase, si es que se le puede llamar frase, TACA TUMBA TACA TUM TACA TUMBA TACA TUM. Y así hasta que me cansé. Arrebato de ritmo lo llamo. Un siquiatra lo llamaría de otra forma. Tú ya sabes de lo que hablo. No se lo digas a nadie.
Ánimo y gracias por leerme, Sara. Por leer esta filosofía de obra que nos gastamos aquí, Fery, Doc y yo. Un beso.

MENTIRAS

LA TELE 2. MENTIRAS
Como aquí sigue la nieve cubriéndolo todo y por la obra ni nos acercamos, voy a seguir con el asunto de la tele que empecé días atrás. Con todo eso que he visto y escuchado en la tele esos tres días. Con todo ese bonito mundo de gente guapa que venden, y que yo no veo en las calles.
¿Por qué hablan, aseguran y sentencian lo que pensamos y creemos, y nos llaman la “gente normal de la calle”? Si nosotros somos la gente normal de la calle, ellos ¿qué son? ¿La “gente anormal de la tele”?
¿Por qué salen esos cuerpos estupendos ofreciendo maravillosas máquinas para enguapecer a los gordos? ¿Será que si utilizas esas máquinas te pones guapo y de carnes prietas y todo el mundo te sonríe y quiere cenar contigo?
¿Por qué esas actrices glamurosas enseñando sus cremas secretas a las viejas y arrugadas televidentes? ¿Podría mi abuela, echándose estas cremas, salir de fiesta conmigo y pasar por ser mi hermana?
¿Por qué jovencitas frescas y lozanas aconsejando hábitos, conductas y productos para cagar bien y a las horas? ¿Es que tomando esos potingues, además de cagar, te pones así de guapa?
¿Por qué amas de casa ideales, con familia y pasteleo, revelando cual es el detergente ideal para andar limpio y suave? ¿Es que si no lavas con ese detergente tendrás una familia miserable, unos hijos bien feos y un marido borracho?
¿Por qué sale ese joven deportista famoso, honesto, serio, honrado a carta cabal, solidario, un modelo para la juventud, diciendo que si compras este coche tu vida será maravillosa y te cambia hasta la suegra? ¿Será que anda mal de dinero y tiene que decir lo que le manden? ¿O será verdad que si te compras el coche empezarás a parecerte a él, a triunfar y las letras se pagarán solas?
¿Por qué sale ese muchachote con ese cuerpo, que ya lo quisiera para sí el David de Miguel Ángel, invitándonos a una coca cola o cervecita? ¿Quedaré yo igual de atractivo y sugerente si me los bebo?
Podría estar otros tres días haciéndome preguntas. Y todo esto, ¿por qué? Porque en la tele dicen mentiras. Que así es como se ha llamado toda la vida. MEN-TI-RAS.
Nos llaman, “gente normal de la calle”, “el pueblo llano”. Esos debemos de ser los que no salimos en la tele, los que no tenemos voz, ni medio de hacerla oír
“La gente anormal de la tele”. No son todos, claro. Siempre hay alguna persona que, no siendo anormal, es lo suficientemente estúpida como para vivir entre ellos y que no se le note desde fuera. Aquí, en la obra, estamos todos de acuerdo, y en toda la comarca. Porque nosotros, para no ser menos, hemos hecho una encuesta, como las que hacen en la tele, y ha habido unanimidad.
El noventa por ciento de los habitantes/ciudadanos que pueblan esta comarca, asegura que los de la tele son gente anormal. Un cinco por ciento dice querer ser como ellos y el cinco restante no sabe lo que es la tele.
Un cincuenta por ciento, asegura que lo que piensa y siente nunca se dice en la tele. Nunca ha sido su mayor preocupación, ni el paro, ni el terrorismo, ni el hambre, ni el enfrentamiento político. A la pregunta de ¿cuál es su mayor preocupación? Casi todas las respuestas aluden a cuestiones de ámbito familiar y local. Nada de paro, ni terrorismo, ni gaitas. Un treinta por ciento solo se preocupa si no gana el Madrid. El diez por ciento restante contesta cada vez una cosa distinta.
Un ochenta y tres por ciento dice haber “picado” con las famosas maquinitas, las desintegradoras de grasas, y no haber conseguido nada. Al cuarenta por ciento les estorba en cualquier sitio que la coloquen. Otro cuarenta por ciento la utiliza para colgar a secar calcetines, bragas, calzoncillos y otras prendas de poca entidad. El tres por ciento no la han desembalado, la tienen debajo de la cama. Un diecisiete por ciento sufrió tirones, torzones y rozaduras en los primeros tres días de uso. Todos se sienten estafados y no entienden como se puede permitir semejante engaño “por la tele”. Esa tele en la que siempre salen unas personas muy guapas y educadas, sonriendo con unos dientes impecables por entre los que se les escapan a borbotones las palabras honestidad y profesionalidad.
El setenta por ciento de las mujeres reconoce usar esas cremitas milagrosas que aconsejan las modelos y actrices de la tele, pero dicen que no han rejuvenecido ni un cuarto de hora. Algunas dicen que todo lo que rejuvenecieron fue el volver a tener los granos de cuando tenían quince años. Las arrugas no se marchan ni con la plancha pero el efecto tensor les hace sonreír hasta en los entierros. Además no hay horas en el día para embadurnarse con todas las necesarias. Una crema hidratante, nutritiva y reparadora, una anti arrugas selladora para cerrar el poro, una anti oxidante, otra tonificante, anti edad también, un contorno de ojos que alise, tonifique y aporte elasticidad, además crema exfoliante y mascarilla regeneradora, y con esta cara tan divina, no pega nada este culo, así es que es necesario un anti celulítico reductor de efecto lija. Un diez por ciento dicen fabricarse las cremas ellas mismas. El veinte por ciento dicen que agua y jabón.
A la cuestión de si cagan bien o cagan mal, el cincuenta por ciento se niega a responder. Un cuarenta por ciento no ve relación entre cagar bien y estar guapa, y algunos recuerdan haber estado varios días con diarrea y seguían tan feos como antes. Un veinticinco por ciento ha probado estos productos, pero no ha sido capaz de terminarlos. Un diez por ciento se han cagado en nuestra madre.
Un setenta por ciento reconoce usar el detergente más barato de los que hay en la tienda y tener una familia que ni es familia ni es nada, pero que una vez cambiaron de marca, por una de esas de la tele, y que su familia no mejoró nada de nada, y a su marido le rascaban las toallas. Un diez por ciento no usa detergentes de la tele porque son dañinos y no quieren decirnos qué usan. Un trece por ciento lleva la ropa a lavar a casa de su madre y no sabían que a la lavadora hubiera que echarle nada. Un cinco por ciento lo lava todo a mano con jabón lagarto. Un dos por ciento no lava.
Un cincuenta por ciento reconoce haber comprado el coche por culpa de algún anuncio pero ya no se acuerda de lo que decía, ni le ha ido mejor la vida, ni le han ascendido. Con la suegra se lleva peor que antes, y encima tiene que ir siempre delante. Un cuarenta por ciento nos reconoce, confidencialmente, que el coche que tiene es más grande y potente que el que tiene su vecino y por eso lo compró. Las letras también son más grandes y potentes que las del vecino, y por eso lo vende. Un cinco por ciento dicen que no comprarían ni locos un coche que anuncie ese gilipollas. Solo un dos por ciento reconoce haber comprado el coche grande porque tiene el pito pequeño. El tres por ciento tiene el coche en el taller y no quieren ni oír hablar del tema.
El cincuenta por ciento dice que ha bebido esos refrescos y cervezas y que, efectivamente, el cuerpo les cambió radicalmente. Echaron una barriga que no entran por las puertas. Ahora, algunos, no pueden ni probarlos, prescripción facultativa, tenían tantos gases que se levantaban del suelo Un treinta por ciento los bebe solo como acompañamiento en los cuba libres y dice que así hacen menos daño, porque el alcohol les mata el gas. El veinte por ciento asegura que ellos no estropean la bebida con esas mariconadas.
Así hemos comprobado, como ya sospechábamos, que la tele no dice más que mentiras. Que lo que pensamos, sentimos, sufrimos y soñamos la gente normal de la calle, no es para nada lo que dan por sentado estos “profesionales” de pacotilla. Que, desde la tele, nos enseñan poco y a deshora. Que, todos ellos, con sus conocimientos, diplomas, y profesionalidad, se olvidan de ser personas cabales, para vendernos un mundo de memos, que aquello de lo que alardean, es su mayor defecto.
Yo, terminado el maratón, le he dado la vuelta a le tele, la he puesto mirando para la pared. Queda bonita con un florero encima y sin dar la tabarra. No la puedo tirar, porque ahora con esto del reciclaje y la selección de residuos, aquí, donde yo vivo, no hay forma de deshacerse, ni lugar en el que arrojar estos trastos si no te desplazas cuarenta quilómetros, por tu cuenta, y con furgoneta para llevarlos. Aunque en la tele salga un político mentiroso y diga que sí, que es maravilloso como reciclamos, seleccionamos y colaboramos con el medio ambiente y que tenemos a nuestra disposición los medios necesarios, yo digo que no, que es un mentiroso miserable, que aquí estamos peor que antes, pero pagamos el recibo como si fuera verdad lo que él dice. Yo voy a terminar aquí esta historieta porque, hablando de tele y políticos, me cuesta mucho mantener la serenidad y el buen vocabulario que tanto nos gusta.

NIEVE

NIEVE.
Aquí, donde yo hago vida, tenemos nieve para aburrir. La limpiamos por la mañana, para poder salir de casa. Por la noche, ya el cielo nos reparte, para el día siguiente, otra generosa ración. Llevamos así ocho días y ya empezamos a sentirnos ridículos con la pala cada mañana. Por la obra ni nos acercamos, suponemos que seguirá allí, donde la dejamos, debajo de la nieve.
Fery anda ocupado con las cosas de su casa y disfrutando del tiempo libre, y frio, que nos toca. De vez en cuando, se acerca a buscarme para ir a tomar un cafetito. Nos vamos hasta el bar del camping, como acostumbramos cuando la obra está en marcha. Es el bar del camping, con todas sus instalaciones para la acampada y el disfrute, pero no hay camping que valga. Es un camping muy especial. Alguna mente lúcida, salida de las urnas, lo colocó al pie de la presa de un pantano, donde la licencia de acampada es inviable, pero a nadie se le ocurrió hasta que ya estaba terminado y funcionando. Solo faltaba, que además de pavonearse, también tuvieran los alcaldes que pensar. Parece una cosa de “telefilm, de memo, americano”, pero es una “realidad, de regidor, española”. Eso sí, aquí, como buenos españoles, se protesta en la cantina airadamente hasta que entra el alcalde y después de que se ha ido, con el vino pagado. Es y será, para siempre, el bar del camping. Por suerte para Fery y para mí, allí está Paqui, con el bar abierto y haciendo cafés. Nosotros vamos y venimos en el coche de Fery, la quita nieves le llama, abriendo camino, porque a Fery le encanta eso de verme a mí paleando nieve y empujando para sacar, “la quita nieves”, de las cunetas donde él la mete. Espero que no dure demasiado este tiempecito.
Doc está a sus anchas por entre la nieve. Va y viene todos los días andando desde su casa a la mía, cinco quilómetros, y se queda tan ancho. Cuando cae la noche se calza sus botas y el chambergo, y lo veo perderse pisando la nieve camino de su casa. Nada de corta vientos, ni pantalones térmicos, nada de calcetines sintéticos de secado rápido, Doc no usa calcetines, nada de botas de trekking, nada de todas esas mercancías que se gastan los entendidos. Yo lo he visto llegar, pisando nieve, con sus playeras tipo John Smith, lo juro. Si le pusiéramos a Doc todo ese material encima, contra su voluntad claro, podría mandarme fotos desde el casquete polar jugando con su cachorro de mastín. A mí se me encoge el corazón mientras él se ríe. Porque a él le gusta andar por la nieve, de noche, nevando, con cinco bajo cero y sin teléfono móvil. Yo siempre lo dije, este tío es indio. Aquí no hay osos polares y de los otros nunca se han visto pero, aunque los hubiera y estuvieran hambrientos, no creo que se comieran a Doc, no podrían entender semejante visión, su presencia en medio de la noche blanca y helada. Menudo susto para el oso. Doc, seguramente, se lo llevaría a su casa, donde van a parar todos los gatos, perros y cualquier animal que no encuentre quien lo quiera en otro sitio. Cosas de Doc.
Yo voy a seguir aquí, calentito, escribiendo tonterías.

GENTE GUAPA

LA TELE-1
GENTE GUAPA
Tal y como dije aquí, en la libreta eléctrica, he pasado tres días enteritos sin aparecer por la obra, mirando la tele. Me escuecen los ojos de la cantidad de tele que he visto, porque yo para esto no estaba entrenado. También me duelen los oídos de la cantidad de bobadas que he escuchado, porque te las sueltan sin avisar ni nada. No es esto lo peor, con algo de tiempo se pasará. Lo que no se pasará es el daño cerebral, esto ya queda de por vida. Me ha dicho Doc que el daño es irreversible y que ya se me nota al hablar. No sé si se me notará también al escribir. Fery dice que estas cosas tan raras, los albañiles no las hacen, solo las hago yo. – Tú no estás bien del tanque.- Dice él.
No sé si antes estaba bien del tanque pero, si lo estoy ahora, después de esta experiencia con la tele, es para creer en Dios.
Alguno, o alguna, puede creerse que, cada día, después de acudir al trabajo, chupar atascos, cumplir sus obligaciones, buscar aparcamiento, tomarse un cafetito, hablar con compañeros y amigos, recoger los análisis del bulto ese, aguantar al jefe, pasar por el banco, pagar una multa, charlar con su esposa, recoger a los niños, cambiar el aceite al coche, hacer unas compritas, preparar la cena, evitar tiranteces con la suegra, acostar a los pequeños, sacar al perro y tirar la basura, al llegar a la cama casi extenuado, después de tomarse las pastillas para no roncar, puede creer que sabe algo de la vida. Puede pensar que gracias a su esfuerzo y el de su santa esposa, están consiguiendo sacar adelante un proyecto de vida y familia, que casi están triunfando en este mundo cabrón.
Alguno, o alguna, puede creerse que cada día, después de dejar los niños en la escuela, fregar portales y escaleras, pasar por el despacho del abogado a ver qué pasa con la manutención de las crianzas que no llega, pagar la renta al casero, buscar un piso de renta más baja, comprar un bono bus, recoger el pan, comer a la que te jodió, teñirse el pelo, salir pitando a limpiar oficinas, pasar por el zapatero, recoger a los niños, hablar con la maestra, pagar el comedor, hacer croquetas, bañar a la pequeña, hacer que se coman las croquetas, acostar a los peques, darse una ducha, llorar un rato y tirar la basura, al llegar a la cama casi extenuada, después de lavarse la cara, aplicarse un tónico facial y una crema hidratante, puede creer que sabe algo de la vida. Puede pensar que gracias a su esfuerzo y sacrificio está consiguiendo sacar adelante esos maravillosos niños que le ha regalado esta puta vida.
Pues no. No tienen ni idea. Hay otra vida. Y mucho mejor que esta. Lo que pasa es que no ven la tele.
En la tele pueden verse, a todas horas, señores y señoras, todos impecables, “gente guapa”, diciendo lo que es la vida y lo que no es, y cómo enfrentarse con ella y con sus circunstancias, y cómo vencer las adversidades, y cómo ser más listo, y más guapo, y más alto, y más joven, y más rico.
Yo creo que éstos, la “gente guapa” de la tele, viven en otra realidad paralela. Lo mismo da que presenten un telediario, o un concurso de pedos. Se les llena la boca con consejos y sentencias gratuitas que demuestran lo muy burros que somos la “gente fea”. Hablan de todo, saben de todo, juzgan de todo. No importa si son cantantes, banqueros, o patanes que se pasan la vida dándole patadas a una pelota. Son modelos a seguir, porque han triunfado, no importa de qué modo, y se han llenado los bolsillos de plata.
Así puedes ver cómo, unos cuantos millonarios podridos, te aconsejan seas solidario y compartas ese miserable sueldo tuyo con los más desafortunados. Lo dicen y se quedan tan frescos, y allí, en la tele, no hay nadie que piense y viva como yo. Todos son gente maravillosa, sonriente y educadísima. Porque ahora, según esta “gente guapa”, las buenas maneras y la educación es quedarse tranquilo y manso, sonriendo, sin que se te mueva un pelo, guapo y correcto aunque estés oyendo degollar niños en el cuarto de al lado. Por eso nadie les dice que se dejen de sacar pecho como los pavos y se metan los consejos donde se meten la plata, y que cuando vivan en un piso como el mío y hayan donado todo eso que yo no tengo, entonces que vengan y hablamos de solidaridad.
Que a mí no me llega para comprar zapatos, cada dos meses, al pequeñín, para llenar la calefacción de gasoil con este invierno tan crudo, para pagar a plazos al dentista por la dentadura que rompí comiendo turrón barato, para el peaje europeo que me cobran por circular por autopistas africanas “en obras”, para el seguro del coche viejo y destartalado con que voy a trabajar, para los libros de la escuela, la ITV del mismo coche viejo y destartalado, los abrigos de estos niños que crecen como Gúlliver y además pagar la renta, los gastos de comunidad, la recogida de basuras, la factura de la luz, los reyes magos, el bono bus, la seguridad social, los imprevistos y esta puta cuesta de Enero de la que nunca he visto el final. Nadie les dice que a mí no me impresionan porque sepan dar patadas a la pelota, o rascar las cuerdas de una guitarra, tengan la cartera llena y todas las quinceañeras/os quieran follárselos/as.
También te cuentan en la tele, de forma muy seria y trascendental, que la mujer ha de ser valorada por sus capacidades, que ya está bien de machismo, de publicidad sexista, que se ha de desterrar de una vez, y para siempre, esa idea de objeto sexual con que se ha mirado a las féminas. Y yo no sé por qué te dicen esto rodeados de azafatas que pululan en bragas por el plató, sonriendo picaronas al presentador de turno. Es la imagen que más he visto, en estos tres días, sonriéndome desde la pantalla, alguna guapa mocetona recomendándome, lo que sea, en bragas, ligerita de ropa, mostrando intencionadamente cuán generosa ha sido la naturaleza, o algún cirujano, con sus glándulas mamarias. Dicen también que las mujeres, hoy día, son magníficas profesionales, inteligentes, serias, responsables y eficientes pero, en la tele, no parecen tener mucho éxito si no tienen tetas como melones, cuerpo escultural y esa sonrisa de mema permanente. Si la mujer es cantante, vende más y canta mucho mejor si sale en bragas y su danza se asemeja lo más posible a los movimientos y gestos propios de la cópula. Todo en la tele parece ser más didáctico y provechoso si anda alguien en bragas y sujetador por allí cerca. Aquí en la obra nunca nos hemos tenido por puritanos, ni mucho menos, pero yo, desde pequeño he tenido por cosa de marranas andar enseñando las bragas sin venir a cuento. Cuando la cosa viene a cuento, pues si es sin bragas, mejor. Cada cosa en su sitio, majos.
Además, en esa otra realidad paralela en la que retoza esta “gente guapa”, he llegado a la conclusión de que no existen enanas, ni feas, ni bizcas, ni gordas, ni mancas. Éstas parece ser que no llegan al nivel de profesionalidad, inteligencia, seriedad, responsabilidad, eficacia y todas esas cosas con las que se le llena la boca a tanto profesional de la comunicación. Eso sí, unos tiernos consejos publicitarios que dicen y aconsejan todo lo contrario. Apoyo y comprensión para los disminuidos, campaña por la igualdad y la no discriminación de estas personas. Pero en la tele, malformación física, ni rastro. Malformaciones mentales, a paladas que diríamos en la obra.
El empacho de televisión ha sido tan gordo, que estoy pensando en contratar alguna azafata de esas súper preparada, inteligentísima y muy profesional, con dos enormes tetas para que, en bragas, nos eche el cemento en la hormigonera mientras nos sonríe picarona. Luego, a la hora del bocadillo, podríamos jugar un rato a las prendas. Tendríamos que sufrir acusaciones y denuncias por verracos y lascivos, porque estamos en una obra, no en la tele. No somos “gente guapa”.
Si mañana tengo tiempo, y se me quita este dolor de cabeza que tengo desde lo del maratón televisivo, seguiré contando, majos. Ahora me voy a ver a Doc, a ver si él puede darme alguna hierba o pócima india que me recomponga algo el cerebro.

NAVIDAD

NAVIDAD
No sé si, a los que leéis estas historias que yo escribo, os gusta la navidad. Todo este pasteleo de amor, paz y buenos deseos.
Fery, Doc y yo queremos felicitaros esta navidad, desearos un próspero año nuevo y que la felicidad, el amor, la fortuna, el sosiego, la paz, la salud y la alegría inunden vuestra vida y os conviertan en unos auténticos sopla-pollas.
Y queremos felicitaros la navidad, os guste, o no. Si os gusta para que veáis que somos gente educada y respetamos vuestros sentimientos, y si no os gusta, porque es un momento ideal para rezongar y andar emburraos todo el día, entre gente que come como las bestias, cenas de familia que ni es familia ni es nada, regalos y más regalos que nadie merece, altavoces escupiendo villancicos que dicen cosas que no entiende nadie, borrachines de barbas blancas vestidos de rojo y ese ambiente tan festivo y entrañable. No me digan que no es maravilloso, todo un año por delante para despellejar y criticar lo que pasó estos quince días.
Os guste o no, a nadie se le ocurra decir a los niños que los reyes magos no existen. Que tampoco vosotros sois lo que parece. Ni nosotros.