EL PAÍS DE MIS SUEÑOS.

1º-En el país que yo quiero, el pueblo no clama impotente contra políticos corruptos y sordos. En el país que yo quiero los mete en la cárcel.
2º- El país que yo quiero no paga coches de alta gama para una recua de figurantes acomodados y parásitos. El país que yo quiero paga sillas de ruedas, camas, tratamientos y ayudas para aquellos más desfavorecidos.
3º-El país que yo quiero no construye autovías, trenes de alta velocidad y aeropuertos para burgueses si no puede mantener las infraestructuras del pueblo llano que lo paga.
4º-El país que yo quiero no paga sueldos dignos del primer mundo a sus gobernantes si antes no han conseguido sueldos dignos para los que viven en el tercero. Y votan.
5º-En el país que yo quiero no se cobran tasas al que clama justicia si los que roban se van sin devolver un céntimo.
6º-En el país que yo quiero, cuando los gobernantes no cumplen con su deber de salvaguardar el derecho constitucional a una vivienda digna, dejando que la usura ahogue y desahucie a sus votantes, el votante debería pensar en incumplir el suyo como pagador.
7º-En el país que yo quiero, los jóvenes ya formados no emigran en busca de limosna laboral, se quedan para derrocar y sustituir a aquellos les hipotecaron el futuro.
8º-En el país que yo quiero, el pueblo no repite por enésima vez su historia, sino que la conoce, la recuerda y la cambia.
9º-El país que yo quiero no se comporta como rebaño obediente. El país que yo quiero actúa como manada orgullosa.
10º-En el país que yo quiero, pensar de otra manera no te convierte en enemigo, radical, ni anti sistema. En el país que yo quiero hay infinitas formas de ver la vida para ayudar a mejorarla.
Estos diez mandamientos se encierran en uno:
HAYA SALUD Y SUERTE PARA TODOS.

A “FLORA LA RACA”

No la tenía yo entonces por mujer ni por persona, que la tenía por sospechoso bulto de ropa gorda y vieja. Acercábase a mi casa por aquella carretera que venía del pueblo y allí, a lo lejos, aparecía su negra silueta. ¡Que viene Flora la raca! Y a este grito, y sin gobierno, emprendíamos mi hermano y yo carrera desenfrenada y melindrosa en busca del cobijo y defensa que solo una madre proporciona. Nada en el mundo, ni antes ni después, consiguió meterme en el cuerpo un miedo semejante, que no es posible medirlo, que es el miedo total, que mi hermano, siendo más pequeño, tenía el miedo igual de grande.
Pedir limosna por las casas era su ocupación y en eso andaba de pueblo en pueblo, en eso y en sembrar el pánico entre la gente menuda, que era, Flora la raca, en todas las casas del pueblo, infantil amenaza para inquietos y revoltosos y, su saca, destino postrero de aquellos que no atendieran a la normal disciplina, o a los deseos y sugerencias de los que tenían por mayores. Y era el caso que, apareciendo ella en el pueblo, esfumábase la rapacería presa de un miedo rural y campesino, que es un miedo muy particular y de otro tiempo que solo al pueblo le es propio, como bien saben y entienden aquellos que lo han sufrido.
Con dos golpes de cachaba, que a mis oídos sonaban como si Satanás mismo los diera, anunciaba su presencia a las puertas de mi casa y, para mi susto y sorpresa, la invitaban a pasar, a sentarse junto al horno, a tomar café con leche y a platicar con mi abuela que no parecía notar la oscuridad y el terror que el personaje arrastraba, y que me causaba a mí parálisis motora, sudoración, espasmos gastrointestinales, dilatación del globo ocular y pérdida de control de mis, aún jóvenes, esfínteres. Intentaba yo comprender cómo podía mi abuela darle tranquilamente a la lengua con la que, según noticias, tenía por costumbre llenar la saca de tiernas criaturas con las que dar sabor a sus caldos y cómo podía compaginar, aquella oscura señora, actividades tan dispares, la una, tomarse junto a mi abuela, que nunca hizo daño a nadie, un rico café con leche, la otra, desollar tiernos infantes.
Teniéndola allí tan cerca podía yo apreciar el singular ropaje con que se cubría la vieja, que a mí me pareció estar envuelta en gruesa y negra cortina, sin rastro de abotonadura o cosa que se le pareciese y solo su arrugada cara hacía pensar que allí dentro había inquilino. Una cara que era reineta seca con ojos y vivero de melenudas verrugas. También negra era la saca que llevaba donde, imaginaba yo, irían a parar los huesos de infantes rebeldes y asilvestrados. Y, aunque yo no le perdía ojo a la saca, no pude apreciar movimiento o rebullir de algún desgraciado rapaz que estuviera allí metido, fuese por que no había tal rapaz, o por haberlo ella matado antes a palos con aquella cachaba gorda que más parecía garrote.
No puedo yo recordar que temas o noticias se trataban en semejante aquelarre, y no es falta de memoria sino idiotez transitoria que el miedo me producía. Tampoco puedo decir el tiempo que éste duraba, primero por no tener reloj con el que medirlo y segundo porque el tiempo y su medida lo conocí yo más tarde, que entonces no me importaba ni lo eché jamás en falta. Así, con el miedo arriba dicho y teniendo yo los sentidos en precario, lo que quedó en la memoria a la vista y al olfato se lo debo. Lo que con los ojos vi, arriba ha quedado dicho, voy a decir ahora lo que olí con la nariz. Si el aspecto de la vieja era sombrío y tenebroso, el tufo que despedía a juego con él andaba. Diríase que allí en la saca se descomponía un cadáver, que no es posible que tan fétida fragancia proceda de nada vivo. También a rancio y a grasa olía la buena señora, y a humo, y a ropa vieja, y a un sin fin de otros humores que me hacían a mí pensar, como párvulo infeliz, que no ha mucho que la vieja había estado junto al mar.
Acabada la conversación, y con los mejores deseos, abandonaba Flora la casa. Su olor se marchaba más tarde. A mí dejábame con el corazón encogido, agradeciéndole a mi abuela el no haberle recordado a la oscura señora las trastadas y bellaquerías que adornaban mi expediente, y con el firme propósito de, sospechando futuras visitas, ser en lo por venir el más bueno y obediente de los rapaces.
Hoy, aquella oscura y tenebrosa figura, aquel miedo rural y campesino, no son otra cosa que un recuerdo de infancia. Del miedo que a Flora la raca le tuve, otros fueron los culpables. Del recuerdo entrañable que hoy tengo de su figura, no sé si se ha de culpar a nadie.
Haya para todos, salud y suerte.

DE VEZ EN CUANDO PIENSO UN RATO

No he sido capaz en toda mi vida de saber a ciencia cierta lo que quiero. Pero sí he conseguido dilucidar lo que no quiero. Si digo verdad, no me fío un pelo de aquellos que tienen claro lo que quieren conseguir. Me aburren con su estrechez. Me cansa su simpleza. Cada día es diferente del anterior y nunca he querido hacer planes para el siguiente. Ni siquiera sé si podré disponer de él. Me siento mucho más cómodo improvisando, moviéndome a través de la incertidumbre. La certeza me produce desasosiego, casi miedo, la siento como una especie de muerte previsible. Tener la certeza de lo que voy a hacer más allá de unos pocos días me desconecta de la vida. Necesito sentir que soy dueño de mi presente porque siempre he pensado que es cuanto tengo, no quiero hipotecarlo, condicionarlo por aquello que ha de venir, porque nunca he podido sentir el futuro como algo real. Me gusta cambiar de dirección cuando me da la gana, empezar una y mil veces si hace falta y concluir solo aquello que hace que me sienta mejor persona, conservar el ímpetu que da la libertad. La certeza me mata. Me mató de pequeño, cuando llegué a creer las peroratas de filósofos amaestrados, y me ha costado mucho resucitar esta sensación de novedad y esperanza para cada día. Como a todo ser humano, el pasado me ha condicionado. No voy a consentir que me condicione el futuro seguro y placentero que prometen los voceros del amo, un concepto utilizado, las más de las veces, para asustar, para sustituir al presente y gobernarlo. Un futuro que nunca conseguiré pisar, ni yo, ni ningún mortal. Una zanahoria en el extremo del palo. Yo no quiero un plan preconcebido. Yo lo prefiero así. Que nadie tenga para mí un plan, ni expectativa tan elevada, que convierta mi paso por la tierra en una sucesión de sacrificios y pruebas estúpidas, en un rosario de metas, objetivos y deseos aplazados. Que no tenga yo un glorioso paraíso sin el que poder quedarme, ni el deseo de lograrlo que me trastorne el espíritu convirtiéndome en esclavo de las reglas que lo alcanzan.
No he sido capaz en toda mi vida de saber a ciencia cierta lo que quiero. Pero si he sido capaz de dilucidar lo que no quiero. No quiero perder la sensación de libertad. No quiero alejarme de los míos. No quiero colocar prioridades por encima de mi conciencia. No quiero que nadie me recuerde pero no me disfrute. No quiero perder el tiempo dando explicaciones. No quiero escuchar lamentaciones de los necios. No quiero olvidarme de los que me dan. No quiero dar la razón a los que hablan más alto. No quiero perder mi vida juntando dinero. No quiero matar a nadie por una frontera. No quiero seguir la corriente. No quiero sonreír sin ganas. No quiero que un simple decida lo que quiero. No quiero dar mi cariño a los que no me quieren.
Haya salud y suerte.

OTRA DE TRENES

Como ya he dicho alguna vez aquí, en la libreta eléctrica, yo viajo mucho en tren, a pesar de que es caro. En estos tiempos medievales, de recaudadores insaciables, viajar en coche propio resulta un lujo. Porque el combustible ha subido, porque hemos de apretarnos el cinturón y sacrificarnos un poquito más, o sea un mucho, para que la realeza y los miles de bufones que corbatean (corbatear es mostrar, pasear y lucir la corbata aparentando educación, cultura y rectitud moral) por nuestro esquilmado país, puedan seguir trajinando al ritmo del millonariado, que es lo contrario del proletariado.
Proletariado es término de origen latín. Lo usaban los romanos para designar a aquellos que solo podían aportar prole al ejército de Roma porque no tenían otra cosa.
Millonariado es término de origen mío. Lo uso para designar a los que solo quieren llevarse millones a costa de lo que sea porque no soportan el ansia que les cubre los huesos.
El millonariado se ha puesto de moda en los últimos veinte años. Todo el mundo parece querer formar parte de este club. Todo son ventajas para los socios. Además, por extraño que parezca, tiene un sin número de simpatizantes, es decir, proletarios lame culos que darían un riñón, un brazo, tres costillas y la córnea de un ojo por lavar el coche de un socio. Si fuera por pertenecer al club darían al diablo su alma y la de su descendencia, el uso y disfrute de un par de orificios, negarían a Cristo, a su madre y la redondez de la tierra.
El millonariado no viaja en tren, al menos no en los trenes que viajo yo, con vagones viejos y descuidados, con calefacción en días alternos, un día funciona, otro día no. En verano es el aire acondicionado el que se alterna. Las pantallas para el visionado de películas están bien colocadas, las películas no se ven, pero hacen mucha compañía, con sus interferencias y chirridos, todito el camino, cuatrocientos kilómetros. Eso sí, puede usted presentar la correspondiente reclamación, pero no en la estación donde se apea, no a esta hora, no señor, tiene que ser en estación importante o en otro horario, o sea, otro viaje para la reclamación. (Yo a esto lo llamo ratería, timo, pillaje, desfalco, fraude, estafa. Y no quiero calentarme.) Las puertas que separan un vagón del siguiente a veces cierran, a veces no. Lo mismo pasa con las que dan a la calle, no importa, suba usted por otro vagón de los muchos que tiene este tren y luego búsquese el número de asiento que figura en su billete. El aseo no funciona siempre, pero hay más en otros vagones y así se estiran las piernas. El horario es me-ra-men-te informativo, no nos pongamos exigentes, tensos, inflexibles, recios. Como las puertas, que van muy recias. El billete, por el contrario, mantiene su importe, no es como el vagón, envejecido y gastado, no, no, no. El billete sigue progresando y actualizándose, siempre joven y lozano.
Ya sé que hay trenes mejores, que esto solo pasa en los que viajo yo y otros cuarenta parias de la tierra. Los que nos movemos entre Orense y Bilbao. El que quiera puede probar y comprobar que cuanto digo es solo una parte de la vida que nos dan los muchachos de “Adif”. De todo esto, en su publicidad no dice nada.
Haya salud y suerte.

LAS BUENAS MANERAS

Aquí nadie ha robado nada, nadie ha estafado nada, nadie se ha quedado con nada, nadie ha cometido delito alguno. Y si alguien lo ha cometido, nadie ha visto nada, nadie sabe nada, nadie se enteró de nada.
Todo está meridianamente claro, legal, correcto.
El sistema está concebido de forma tan mafiosa, sibilina y miserable, que todos estos truhanes profesionales sacian su ego y bolsillo mientras se acogen a leyes y derechos que salvaguardan la honorabilidad que nunca tuvieron, mientras se ríen en nuestras barbas pronunciando palabras dignas con indignas bocas. Está concebido para que el engaño y la mentira sean aceptados como recursos lícitos. Concebido para contaminar la moral y el criterio, para afear, con una vaselina de buenas formas y respeto por una sociedad de obedientes memos de pensamiento único y lección bien aprendida, las conductas de aquellos que osen indignarse.
Engaños, mentiras, eso es lo que se vota, eso es lo que te ofrecen con su sonrisota porcina. Engaños y mentiras que nadie piensa ni puede cumplir.
Engaños, mentiras, eso es lo que te cuenta tu banquero personal, eso es lo que te ofrece con su sonrisota porcina. Engaños y mentiras que nadie piensa ni puede cumplir.
Engaños, mentiras, eso es lo que prometen multinacionales en miles de productos y alimentos que aparecen, con su sonrisota porcina, más sexi, en tu televisor. Engaños y mentiras que nadie piensa ni puede cumplir.
Yo desprecio la política y sus actores. TODOS. Generalizo, sí. Ya estoy hasta los cojones de que se me escapen los villanos y malnacidos por entre la justicia y la buena educación.
El significado, hoy, de las palabras, honradez y dignidad, tiene poco que ver con el que les daban en tiempos de nuestros abuelos. Este sistema nos está cambiando todo, tiznándolo todo. Mi abuelo no sería capaz de mantener hoy las buenas maneras, no señor, porque mi abuelo era honrado y persona digna.
Haya salud y suerte, y que les den por el…
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