CHAMBOMBO

CHAMBOMBO
Esto es un chambombo.
Está construido a partir de un bidón y puede tener diferentes aspectos. En el bierzo, comarca localizada al noroeste de la provincia de León, y seguramente en otros lugares, se utiliza para asar castañas. Este de la foto es de un puesto de comida rápida en Milwaukee, USA.
Aquí, donde yo hago vida, después de la guerra y ante la escasez de combustible, utilizaban gasógeno para propulsar el coche de línea acoplándole un dispositivo, bastante aparatoso, al que llamaban chambombo y, por extensión, al coche entero. Yo le llamo chambombo al Mercedes 300 diesel, amarillo, que me transportaba, ahora ya no está operativo, murió.
También a mi cabeza le cuadra el nombre, que todo lo que piensa y siente, lo hace como si fuera chambombo, a base de parches, arreglos y reformas de propia factura, a lo paisano, sin mediar formación académica ni cosa alguna que necesite documentación, ni sello oficial, ni pagamentos. Sin otra escuela que una lumbre donde escuchar, aprender y asar castañas.
Así, para mí, chambombo es todo aquello que proviene de la iniciativa y el criterio propios, de la humildad y el esfuerzo por mejorar, del buen humor y la fe para superar esta estupidez y sinrazón que, disfrazadas con barnices y académicas apariencias, nos venden cada día toda esta caterva de soberbios que, sintiéndose pastores, nos toman por ovejas.
Queda dicho.

CHAMBOMBO

CHAMBOMBO

DOCTOR

DOCTOR
Así llamamos aquí, en la obra, a mi hermano. Bueno, le llamamos Doc. No se lo llamamos con guasa, o con intenciones de burla y chirigota, no señor. Se lo llamamos porque lo es. Es doctor en el más estricto sentido del término, doctor en medicina, aunque no tenga el grado académico y ande por la obra con esa funda tan grande y ese aspecto de indio Cheyenne, ni haya ido a la universidad para que otros le reconozcan, con un título, todo lo que sabe. Él lo sabe y nosotros se lo reconocemos sin diploma ni nada, sin que se haya pasado media vida gastando el dinero de su padre, él lo sabe porque también se ha pasado media vida, pero entre libros de todos los pelajes, académicos unos, proscritos otros, pero todos ellos están en su cabeza, porque se ha pasado media vida afanándose en aprender y cultivar esa vocación interior que otros, con diploma y oficialidad, no sienten. Otros darían media vida por saber lo que él sabe, él ya la dio.
Aquí, en la obra, siempre se puede aprender algo de lo que dice Doc, no hay que pedir hora, no hay que sacar volante para el especialista, no hay que sentirse como una mierda agradecida ante la prepotencia del señor médico. Te mira a la cara cuando te dice lo que tienes que hacer y tomar y no te receta venenos desde su pedestal como si fueras un ternero. Te habla de tú a tú, a pesar de que sabe muchísimo más de lo que dice y nunca sientes esa obligación de regalar jamones que sienten los burros cuando un médico, de los de título universitario, se comporta como manda la educación, la humildad y algún famoso juramento.
Solo con preguntárselo, pone Doc sus conocimientos a tu servicio. Él anda por la obra como distraído, parece un hechicero indio metido a paleta, sabe Dios en qué cosas tendrá ocupada esa cabeza. Mira de un modo distinto a como miramos los demás, te pone los ojos encima y está viendo todas las vitaminas que te faltan y la cantidad de azúcar que te sobra. A veces se tapa el ojo izquierdo con un parche, como los piratas, porque tiene una especie de catarata o algo así y le molesta mucho la luz y el sol, y si no se lo pusiera, tendría que andar todo el día cubriéndose con la mano el ojo enfermo, y ya parece bastante indio sin estar todo el día tapando el sol con la mano como Jerónimo. Cuando se quita el parche y te mira fijamente, ese ojo le da un misterioso carácter a su mirada y se te hiela la sangre en las venas porque eres transparente y notas que puede hurgar con él en lo más profundo de tu cerebro. A mí, como tenemos la confianza que da el cariño y el trato, me pone de vuelta y media, por burro, por no hacer caso de sus sabios consejos, por fumar y porque a veces, desde la ignorancia en la que me muevo, le pregunto estupideces que no caben en la cabeza de un médico, pero que en la mía, de albañil, campan a sus anchas.
Fery y yo, gracias a Doc, nos vamos de la obra, cada día, un poco menos ignorantes. Es una suerte tener a Doc en esta obra nuestra. Asistencia sanitaria personalizada en todo momento, consejo y conocimientos a disposición. Un lujo de obra y, desde fuera, ni se nota.

GENTE DE OBRA

GENTE DE OBRA
Eso es lo que somos nosotros, los tres, Fery, Jose y el que esto escribe, gente de obra. Tal vez, desde fuera, solo parezca una obra y nosotros tres albañiles sucios, casi siempre de mal humor y hablando a voces, sin otra formación en la cabeza que el compendio de juramentos en castellano y las alineaciones de la liga de futbol profesional, pero no lo es, no señor. Como ya he dicho en esta misma libreta eléctrica, en nuestra obra, queremos que reine un ambiente cultural y edificante. Como dirían estos nuevos artistas y críticos de arte que nos aturden cada día, intentando vendernos por arte lo que siempre fue ferretería, en nuestra obra queremos llevar a cabo una propuesta cultural, una visión más humanista del “paleta”, reivindicar que este desprestigiado mundo del ladrillo no es otra cosa que un artístico montaje, una performance, de esas que bien podrían verse en cualquiera de nuestros prestigiosos museos de arte contemporáneo si la llevase a cabo cualquier majadero, de Bellas Artes, bien relacionado. Que somos artistas, ¡cojones! Con una rica vida interior, con inquietudes y un espíritu sensible a todas esas cuestiones que hoy en día son vitales para el desarrollo sostenible del planeta, para la democrática convivencia en libertad y el respeto por nuestros conciudadanos. Que queremos luchar, cada día, por todos esos valores que nos hacen más humanos y solidarios, que tenemos madre y mujer a las que adoramos, respetamos y apoyamos en la lucha por una convivencia en igualdad, a pesar de que los tres somos solteros. Que estamos, en definitiva, comprometidos con este tiempo que nos ha tocado vivir, de la misma manera que lo están todos estos gobernantes que nos aburren con sus recomendaciones, todas esas estrellas de la canción que con sus “benéficos” conciertos nos dan ejemplo, toda esa marabunta de ídolos que reprenden nuestra indiferencia y nos aconsejan desde la tele, todos esos poderosos que se reúnen y sacrifican su tiempo para buscar soluciones y aportar “generosas” cantidades de plata para los pobres, todas esas prestigiosas marcas que patrocinan eventos millonarios y donan “altruistamente” importantes cantidades de dinero.
Lo que pasa es que, la obra, apenas nos deja tiempo libre para salir en la tele y, Hacienda, apenas nos deja dinero. Porque si nosotros tuviéramos más tiempo y nuestras cuentas bancarias fueran tan prósperas y saneadas, nos cuidaríamos muy mucho de no aburrir a nadie con recomendaciones de austeridad si lo hacemos desde coches de lujo “oficiales”, hoteles de cinco estrellas que pagan otros y sueldos vitalicios. Nos cuidaríamos muy mucho de no dar ejemplo con canciones, de rebelde rock and roll, escritas con plumas de oro. Nos cuidaríamos muy mucho de no reprender y sermonear a otros desde una de nuestras humildes casitas de dos millones de dólares, con garaje para siete vehículos deportivos y embutidos en trajes y joyas que ofenden. Nos cuidaríamos muy mucho de no sacrificar nuestro tiempo en buscar soluciones y aportar generosas donaciones parapetados detrás de tan carísimo protocolo, tan carísimas medidas de seguridad, de dietas estratosféricas y de llamar generosas donaciones a lo que solo es vergonzosa limosna de avarientos miserables. Nos cuidaríamos muy mucho de no darle un toque altruista a lo que no es otra cosa que un negocio basado en despilfarrar los recursos que son de “TODOS”
Desde luego, nos cuidaríamos muy mucho de no hacernos fotos insultantes rodeados de niños famélicos, enfermos e ignorantes de que, con su imagen, nos están dando a nosotros un halo de tierna generosidad, de altruista compromiso, de bondad desinteresada para que así, nuestra propia imagen saliera fortalecida y por consiguiente, y aunque no lo quisiéramos, más atractiva y “rentable”.
No, nosotros somos albañiles, y nos cuidaríamos muy mucho de no ser tan hijos de puta.

SEGURIDAD E HIGIENE

SEGURIDAD E HIGIENE
Amigos, hoy ha sido un día agotador. Allá en la obra ha sucedido algo que no estaba previsto, como casi siempre, porque esto es el día a día de una obra, que nunca van las cosas como se pensó que iban a ir, que siempre pasa algo fuera de guión y ya la película deja de parecerse a lo que ponen los papeles, y cada uno improvisa como puede para que no se transforme, en tragicomedia, lo que era una obra seria y profesional.
El suceso en cuestión nos proporcionó a nosotros, los tres, un tema para la reflexión y el debate que tanto nos gustan. Seguridad e higiene en el trabajo.
Han de respetarse las normas de seguridad e higiene en el trabajo en toda obra que se precie. Para que se cumplan estas, y puedan los trabajadores sentir que se vela por ellos y por su seguridad, están los señores inspectores. Hay rumores, seguramente infundados, de que están para eso y para confeccionar una lista de los mejores restaurantes y bares, lugares pintorescos donde llenarse la tripa con cargo a las arcas de unos cuantos empresarios con los que tan “bonita amistad” los une y que siempre, siempre, cumplen de manera exquisita y a rajatabla las normas de seguridad.
Rumores aparte, aquí en la obra, ha de abordarse la faena diaria con la indumentaria adecuada y correctamente pertrechado para evitar, más que posibles, accidentes. Así tenemos a Fery subido en el tejado, al borde del abismo. Ha de trabajar con una radial grande, una máquina peligrosa que no conoce a nadie y que jamás ha mostrado interés por hacer amistades. Lleva las manos enfundadas en unos enormes guantes de tejido resistente, con ellos protege sus dedos de algún posible mordisco de la máquina, pero tacto, lo que es tacto, no tiene. Hace un calor anormal para esta época del año pero, aún así, Fery no puede trabajar en cueros, viste una ropa ajustada e ignífuga, con mangas prietas, que las mangas holgadas van siempre a parar entre las fauces de las máquinas y, en el mejor de los casos, te deja en manga corta en un pestañeo y con el brazo llenito de moretones. No ha empezado la faena, pero Fery ya suda como un condenado embutido en su camisa, con el arnés de seguridad, las botas de puntera metálica, las rodilleras de portero de hockey y la faja lumbar, tan necesaria en estos casos. Lleva un hermoso casco de un color poco discreto y evita así esos indeseables coscorrones, tan cómicos en las películas de Chaplin. Las orejas también han de cuidarse, por eso tenemos a Fery con unos hermosos cascos con los que mantener a salvo sus delicados tímpanos, como si estuviera escuchando música allí arriba, pero oír, lo que se dice oír, no oye nada, los cascos te dejan sordo. Lleva también unas enormes gafas para proteger los ojos, a mí me parece un esquiador dispuesto a lanzarse esquiando tejado abajo, pero él no ve un pimiento, estas gafas solo permiten ver bien el día que las compras, además se empañan aunque en la caja pone que no, y no es fácil quitárselas para limpiarlas a siete metros del suelo, con una máquina en las manos que no puedes posar en ningún sitio, cuando tienes la cabeza y el cuerpo lleno de correajes y no sabes de qué goma estás tirando con esos dedos como morcillas que te hacen los guantes. Si quitas las gafas se te caen los cascos de las orejas y cuando te agachas para recogerlos, la faja, las botas y las rodilleras te lo ponen difícil y te pellizcan esos michelines que antes no tenías, porque antes, aunque nadie se lo crea, tenías un cuerpazo de atleta que no sabes dónde ha ido a parar, entonces pegas en la cuerda del arnés y el casco de la cabeza se va por el andamio abajo, y así es difícil mantener la serenidad y las buenas formas, y la educación, y el correcto manejo del idioma.
Cuando alguien le ha devuelto el casco al bueno de Fery y vuelve a estar equipado, está sudando a chorro y las gafas se le empañan igual que en diciembre y aquí quería yo ver a los que las fabrican y dicen que son anti vaho. No parece Fery, parece un astronauta en un planeta de atmósfera hostil.
Una vez equipado con todo lo dicho y con una legión de jubilados, “ajenos a la obra”, pendientes del profesional, empieza Fery su tarea y entonces, él, sí que es peligroso. Hay que mantenerse alejado porque ya no es persona, no oye, no ve, suda y no tiene tacto. Está seguro, en todo lo alto, trabajando y haciendo chispas y ruido con su potente máquina.
Hasta aquí, todo normal. Ahora es cuando viene el suceso al que me refería más arriba. Cumplidas todas las normas de seguridad e higiene en el trabajo, elaboradas desde un cómodo despacho por aquellos que no han permanecido más de dos horas en una obra en toda su vida, pero que tienen una envidiable formación universitaria, nosotros, los tres, nos hemos encontrado reflexionando, desde la ignorancia claro está, por lo siguiente:
¿Qué se ha de hacer cuando Fery, con su potente máquina, en el normal y correcto desarrollo de su faena, entre ruido y chispas, totalmente aislado, sordo y ciego, no se percata de que ha ido a desmantelar un “clandestino e ilegal” nido de avispas?
¿Qué aconsejan los señores expertos y sus lacayos inspectores?
Porque avisar al pobre Fery de la amenaza que lo sobrevuela es prácticamente imposible, no oye. Hacer gestos estentóreos y trágicos desde aquí abajo y sacar los ojos de las cuencas para que entienda que el mismísimo diablo está allí arriba, a su lado, tampoco sirve, apenas si ve las chispas. Tirarle unas cuantas pedradas a ver si acertamos con el casco sin producirle lesiones irreparables, no se recomienda, harían falta piedras bien grandes para que se diera por enterado. Tal vez un sistema de radio acoplado a los cascos de las orejas, con lo que los cascos alcanzarían un precio de mercado excesivo, que los convertiría en un lujo, además, seguro que se acoplaban con las ondas bastardas que produce la máquina produciendo un pitido dañino e insoportable para los oídos del operario.
¿Qué hacemos? ¡Correr!
Correr, porque las avispas se están comiendo a Fery y la máquina ha salido por los aires, y tiene el cable muy largo, y nadie sabe dónde puede caer. Fery, allí arriba, se ha vuelto loco. Ha perdido el casco, con lo necesario que es, intenta salir de allí corriendo, como nosotros, pero está sujeto con el arnés “de seguridad” y no puede, casi se estrangula con la maldita cuerda. Se arranca las gafas, tira las orejeras, y se da unos manotazos terribles por todo el cuerpo. Grita como un condenado palabras y juramentos, la situación es crítica y no podemos pedirle que se exprese con la corrección y buenos modos que tanto nos gustan. Se ha quedado en cueros y reparte mandobles con la faja en todas direcciones, en uno de estos mandobles se atiza en un ojo con el cierre plástico de los tirantes, casi se lo saca por no llevar las gafas de “seguridad.” Nosotros lo vemos todo con cierta distancia, “de seguridad”, deseando que no desfallezca y buscando una manera de ayudarle antes de que las malditas avispas se lo coman. Al final ha conseguido soltarse del arnés y baja por el andamio como un rayo, mucho mejor que un chimpancé. Corre hacia la manguera y se rocía enterito, está pensando en pegarle fuego a la obra hasta que no quede ni una “hija de puta de esas”, pero conseguimos calmarlo y yo estoy pensando en pedir, a la legión de jubilados que tenemos como público, un fuerte aplauso para el trapecista.
Ya ha pasado todo, la cosa ha estado a un paso de la tragedia pero Fery da risa. Está en calzoncillos, se ha quitado hasta el pantalón en la refriega. Tiene chorreando el pelo y le cae sobre los ojos, uno de ellos, el que recibió el impacto de la faja, duele solo con mirarlo, el otro está enrojecido y medio cerrado por una picadura. Tiene más por todo el cuerpo, llevamos cuatro y seguimos contando. Tiene la cuerda del arnés repujada en el cuello como si se hubiera escapado de la horca. Cuando bajó por el andamio dejó un par de jirones de piel por el camino y perdió una de las botas de puntera metálica que casi le degüella un par de dedos. Está empapado, anda cojo, no puede girar la cabeza y yo creo que empieza a tener fiebre de tanto mordisco de avispa, porque nos cuenta cómo lo vivió él y se ríe.
-¡Joder tíos! ¿De dónde salieron esas hijas de puta? Al principio noté como un par de quemaduras, pero pensé que eran chispas de la radial, luego se me metió una en las gafas y entonces ya dije ¡hostias!, avispas. Bueno ya visteis la que se preparó. Si me descuido me comen.
Después de un rato, ya más tranquilos y tras un minucioso examen del accidentado, puestos en un lado de la balanza los daños ocasionados por las avispas, es decir, cinco o seis picaduras, y en el otro los ocasionados por los aparejos de seguridad, que serían, un ojo a la funerala, inmovilidad cervical a la altura del cuello con erosión profunda de la epidermis en tres cuartas partes de su perímetro, desgarrones en ambos brazos, dos dedos del pie derecho amoratados y sin la piel que normalmente los recubre, sin descartar posibles lesiones en los ligamentos del mismo pie, amén de otras lesiones y síntomas que podrán manifestarse con posterioridad a este provisional examen que ha sido realizado por operarios de la construcción, que sería lo mismo que mandar azulejar un cuarto de baño a un forense, llegamos a la conclusión de que estos segundos daños son de mayor enjundia y gravedad, y que, a veces, las medidas de seguridad y sus autores, son el peor enemigo que te puedes encontrar.
A lo mejor, ahora se les ocurre que hay que trabajar siempre con red, como los trapecistas, porque hoy, por un momento, la obra sí que parecía un circo.
Mañana volveremos, pero nadie sabe qué es lo que nos deparará este apasionante oficio. Yo preferiría pasarme el día escribiendo tonterías aquí, en la libreta eléctrica, pero claro, en este mundo material llenito de burros…

ÁRBOLES SEDIENTOS

ÁRBOLES SEDIENTOS.
Hoy se ha dado bien el día en la obra, un par de martillazos en el mismo dedo, una esquirla de ladrillo que ha ido, como un rayo, a clavarse en el ojo de mi hermano Jose, otro albañil intelectual como Fery y yo mismo y escrito sin acento, en fin, cosas del oficio. Al final, después de las prácticas de enfermería, hemos acabado la tarea y me ha quedado un ratito, que yo esperaba emplear, para emborronar con algún fantástico relato este flamante blog. Yo lo esperaba pero no ha podido ser, no señor. Es el caso que, acomodado yo en el bar de costumbre con mi portátil dispuesto, mi cafetito humeante a la diestra, un cigarrillo, también humeante, a la siniestra y mi torpe cerebro, también humeante, al mando, no he podido escribir ni una letra del esperado relato. De un minuto para el siguiente ha sido tomado por las armas, nunca mejor dicho, el local todo por no menos de cincuenta militares con su mochila y armamento reglamentarios, todos ellos con esa indumentaria de camuflaje que tanto les gusta y a mí me pareció que se llenaba el bar de árboles.
He tenido que acudir, por amistad bien entendida y recíproca, en auxilio del negocio. Así, me he visto cambiando de oficio y herramientas, mitigando la sed enorme que tenía el batallón, a golpe de descorchador. No sé si mi ayuda ha servido de mucho porque mi lugar natural en los bares está en este otro lado de la barra, donde toda la mano de obra se reduce a echarse al coleto alguna sustancia refrescante, o mareante, y pagar sin saber muy bien de dónde viene. No sé dónde están las coca-colas ni cuánto vale una cerveza, no sé si hay limones ni de dónde se cogen los hielos. Piden las consumiciones de siete en siete y a mí se me olvida el pedido antes siquiera de pestañear, así que pongo lo que me parece, amparado en mi total ignorancia hostelera. Rompo un par de vasos, porque se vea que esto es un bar y que hay movimiento y profesionalidad, aquí señores estamos trabajando, nuestra labor es servirles con prontitud y orden, no se puede parar por un par de vasos resbalosos. A la hora de cobrar no sé qué tecla he de apretar en esa maldita máquina que tiene más de diez mil funciones, estoy seguro de que el Apolo trece se gobernaba con algo mucho más sencillo que esto. Pongo toda mi buena intención y todo lo que me piden, pero yo juraría que estorbo, además empiezo a sudar, porque toda esa gente al otro lado de la barra se ha puesto de acuerdo para mirarme, como si esto fuera un concierto y yo un fontanero al que han sentado en el piano. Cuando yo creo que todo ha pasado y empiezo a sentir una especie de orgullo laboral, llega la segunda ronda, me parece increíble que hayan hecho desaparecer, en dos minutos, todo lo que hemos puesto a su alcance. Como aviso, de que la primera ronda se da por terminada y empieza la segunda, rompo una jarra de cerveza con todo su dorado contenido, pero no hago aspavientos, la rompo con la naturalidad del que se gana la vida entre licores, no hay problema, esto es casi normal en hostelería chicos, tranquilos, ustedes sigan tragando como si hubieran cruzado el desierto. La segunda ronda me la paso fregando el suelo y recogiendo cristales.
Por suerte, los árboles sedientos, tenían algo de prisa y se van, todos a una, igual que llegaron y yo puedo volver a mi ordenador, a escribir historietas donde las cosas pasan como a mí me da la gana y nadie entra en los bares en grupos de más de cuatro, ni se rompe nada sin que yo lo diga.