EL FIN DEL MUNDO

LA TELE 3
EL FIN DEL MUNDO
Ha llegado la hora, el fin del mundo ha llegado, o tiene que estar cerca.
Si no ves la tele es posible que vivas ajeno a todos los acontecimientos que lo anuncian, pero si le echas un vistazo, entiendes perfectamente que no puede faltar mucho tiempo para que esto se desmadre. Bueno, desmadrarse ya se nos ha desmadrado. A lo mejor no es el fin del mundo definitivo lo que se avecina, pero a mí me parece que, por lo menos, otro diluvio está al caer. Yo no la había visto antes, pero ahora que la he visto unos días, tres, estoy al tanto.
Yo lo he visto en la tele, que mientras nosotros nos afanamos aquí en nuestra obra, en gobernar cada uno como puede su vida y costumbres, hay otros en el mundo que rodean su cuerpo de explosivos y van a reventar allí donde su hazaña cause más dolor. Un dolor que nadie sabe ya cómo empezó, un dolor parecido al que siente él mientras se adorna con dinamita. Que mientras aquí, en la obra, el frio nos vuelve algo respondones, hay otros que lloran porque su chabola se la ha llevado un rio de lodo montaña abajo y su familia iba dentro. Una señora dice que quiere que su marido deje de jugar a las cartas con los amigotes a todas horas y llora desconsolada porque no la ayuda en las tareas del hogar, no quiere separarse ni cambiar de marido, quiere el mismo marido pero con otras costumbres, otra educación y una actitud menos machista. Otros se van con su garrafa y su hambre catorce quilómetros erial adentro, hasta algún pozo, en busca de agua sucia para beber en casa. Alguno está preocupado porque, si sigue nevando, no podrá acercarse a las rebajas antes de que se lo lleven todo. Una niña de dieciséis años reclama su derecho a operarse los pechos y ponérselos bien grandes para su cumpleaños. En alguna parte, en tierra de nadie, una muchedumbre se refugia de una guerra que ellos no querían, ni empezaron, ni entienden, una guerra que los dejó sin casa, sin familia, sin presente y con un futuro que no quieren ni nombrar. Sale también una señora que sabe todo lo que pasaba y se decía en casa de no sé quién, que ella hacía allí la limpieza y se enteraba de todo, cosas importantísimas que todo el mundo debería conocer. Un muchacho de quince años roció a su padre y a su madre con gasolina y les prendió fuego, mientras dormían, porque eran poco menos que hermanos de Satanás, querían que colocara su cuarto y dejara las zapatillas en la ventana porque olían a rayos. Un hombre llora ante las cámaras, suplica ayuda a una hermosa presentadora, antes, en su juventud, era una mujer, tuvo un hijo, pero dentro de ella sentía que quería ser un hombre, así que se olvidó de ser madre y se cambió de sexo, ahora, que ya es un hombre, se siente de nuevo mujer, quiere ser madre, volver a operarse y volver con su hijito que ya tiene quince años y el sentido común que su madre no ha tenido nunca, por eso no aparece por el plató, ni quiere saber nada y por eso está llorando su madre-padre. Algún chiflado, en el otro lado del charco, coge un fusil ametrallador y se carga a todo el que sale de un restaurante, hasta que dejan de salir, entonces entra él y acaba el trabajo. Salen hablando de los logros y progresos de la humanidad en los últimos diez años y allí donde más progresa, más horas trabaja el personal. Quieren que la gente se muera trabajando, que se jubile con cien años. En un desfile de modelos salen unas jovencitas bien delgadas, llevan vestidos, confeccionados con desechos industriales, que sientan igual de bien aunque pongas lo de atrás para adelante y que nadie sabe quién puede querer comprárselos. También se puede, si no das para más y sin moverse del sillón, ver lo que hacen y dicen, las veinticuatro horas del día, diez o doce memos metidos en una especie de jaula-casa, sin otra cosa que ofrecer que la mucha estupidez que los condujo hasta allí. Miles de niños mueren por falta de comida y otros miles van a empezar a morir por estar gordos como ballenas. Hay programas donde puedes ir y pasar pruebas, o hacer el imbécil hasta que te canses y te dan puntuación, no importa que sea ridículo, irrespetuoso, de mal gusto o sin interés artístico ni cultural, se trata de convertir en espectáculo el absurdo y la enfermedad mental, porque los mediocres no pueden ofrecer, ni exigir, otra cosa. Ahora en los aeropuertos, para tomar un avión, van a poder mirarte hasta en el ojo del culo sin pedir permiso, es por la seguridad mundial, por la lucha contra el terrorismo, yo creo que es porque los que tendrían que hacer este trabajo son unos anormales incompetentes y para no quedar ellos con el culo al aire nos miran en el nuestro (podríamos viajar todos en cueros y no harían falta todos estos gastos y expertos en seguridad, al paro todos los inútiles) Una joven pareja no podía tener hijos de forma natural y acudió a un tratamiento de fertilidad, ahora ella ha dado a luz cinco preciosas criaturas y no sabemos si el doctor que llevó el tratamiento va a ayudar a criarlos. Los japoneses han sacado al mercado sandías cuadradas. Las mujeres soldado ya pueden guerrear a gusto y gana, el sujetador de combate es hoy una realidad. El Nobel de la paz ha ido a caer en manos de aquel que gobierna y maneja la más poderosa maquinaria bélica de todos los tiempos. Salen también estadísticas de los pollos, vacas, corderos, pavos, cerdos, atunes y todo tipo de animales con los que nos alimentamos. A todas horas hay cadáveres y gente que muere violentamente, cadáveres descuartizados, reventados como erizos en la carretera. Yo supongo que vista desde el espacio, la tierra en la que vivimos, parecerá un maravilloso planeta azul pero, en realidad, es una inmensa y espeluznante picadora de carne.
Todo esto sale en la tele y mucho más, pero todo en su orden y sin aspavientos. Todo se ve y se olvida, y de nada sirve. Todo es para consumir, concursos y cadáveres, gente guapa y gente ridícula, ídolos y putas.
Podría seguir escribiendo sobre la tele pero yo, de tele, he quedado harto y saciado para el resto de mis días. No me gusta la tele, no me gusta lo que veo en ella, no me gustan los que en ella hacen vida. Creo, además, que luchar contra ella es una batalla perdida. Nunca he tenido demasiada fe en el ser humano como especie así es que, con lo escrito hoy, doy por terminado el asunto. Seguiremos en la obra, que me parece menos fría y sucia que la tele, majos.

EL TIMADOR

EL TIMADOR
Hoy en la obra hemos tenido una buena charla. La cosa fue subiendo de tono y alguna palabra se oyó que no se corresponde con ese carácter correcto y educativo que tanto nos gusta. Hay temas espinosos que, a veces, se resuelven mejor y más deprisa si sueltas algún improperio. De comerciales, hablamos. Ahora se les llama así, porque cada vez quedamos menos personas de las de antes, cada vez se nos oye menos, y lo que decimos y pensamos está peor visto por todo este rebaño de bien pensantes y obedientes ovejas, por esta sociedad del bien estar, del pensamiento único y políticamente correcto. Cada vez está peor visto pensar por cuenta propia y llamarle a las cosas por su nombre.
Ahora le llaman comercial, o sea, un vendedor. Seguramente sus padres son personas normales y corrientes que se afanaron para dar a su hijo una educación y principios, aunque él los haya olvidado todos. Seguramente, él, haya trabajado duro para hacerse un sitio en este mundo lleno de ciudadanía, de convivencia, de respeto y de burros. Seguramente la empresa a la que sirve le dio esa impecable formación comercial que reparte, esa agresividad constructiva, esa mentalidad ganadora, ese afán de superación y ese corazón de Orco.
Nosotros, aquí en la obra, le llamamos timador, mal nacido, embustero, bellaco, miserable, engaña viejas, fullero, bribón, estafador y cabrón. Porque ya estamos un poco artos de que aparezcan por aquí con su bonito traje, llamando a la puerta de otras madres como la suya, que se aprovechen, de la buena educación y bondad de las gentes, y entren en sus casas regalando esa sonrisa de ángel tras la que ocultan sus intenciones de alimaña. Ya estamos un poco artos, porque entran en las casas y dicen mentiras. Porque, siguiendo las directrices de alguna empresa ruin y avara, engañan a los ancianos, a las viudas y a todo aquel que los acoge, en su casa, con sencillez y paisanaje. Algo desconocido en el mundo de mamelucos en que ellos se mueven.
Dicen—Tranquila señora, que no vengo a venderle nada. Solo vengo a regalar. Un maravilloso producto. Para usted. Regalado. Le ha tocado, y sin comprar nada. Usted déjeme entrar y yo le explico. Una firmita de nada y listo. Suyo para siempre. ¿Qué le parece? ¿A que es maravilloso?
Entran en casa, le dan cuerda a la buena señora, le hablan de lo dura que está la vida. Lo mucho que todo ha cambiado desde que ella hizo la primera comunión. De que él también tiene dos niñas preciosas (que no saben que su padre es un desgraciado timador). De que un hermano de su padre también se fue para la Argentina. La gente, que ya no es como la de antes (él, es prueba de ello). Los inviernos, que ni son inviernos ni son nada. Hablan y escuchan anécdotas, aventuras, y dan la razón a todo lo que la señora tenga a bien decir. Crean un vínculo, lo más afectivo posible, con la buena señora. Se toman el rico café con pastas que ella prepara. Porque la señora también tiene hijos buscándose la vida por esos mundos de Dios, y le gustaría que, también a ellos, alguien les preparara un rico café allá donde se encuentren, que les haga la vida más llevadera, que no cuesta nada ser amable. Entre unas y otras, le muestran el enorme catálogo de regalos, “todos gratis”, en el que han de escoger aquellos, porque son más de uno, que más le gusten.
-¿Pero todo esto sin comprar nada? Pregunta perpleja, por octava vez, la buena señora.
-¡Pues claro! Responde el timador. -Esto se lo regala a usted la casa, por guapa.
La señora sabe que no es guapa, pero el muchacho es tan agradable, se parece tanto a Tinín, el nieto. Más café. Más charla. Más catálogo.
Tres horas más tarde, cuando ya son prácticamente de la familia, cuando ya la señora le ha dicho que tiene que volver a merendar un sábado, ya sin trabajo, con la mujer y las dos niñitas preciosas, es cuando el timador suelta la verdad. Es solo una comprita simbólica. Cuatro perras. Por guardar las apariencias. Ni a los gastos del porte llega. Aunque, claro, si usted quiere, y solo por ser usted, porque me recuerda a mi madre, tengo aquí una oferta, solo para familiares, que se la puedo adjudicar a usted. Solo como algo especial. Porque me recuerda a mi madre. Porque esto no se puede hacer. Que es solo para clientes de categoría VIP que se hayan gastado más de tres mil euros en el último trimestre. Sin embargo yo voy a hacer aquí una trampita, porque me recuerda a mi madre, para que usted pueda aprovecharse de este CHOLLAZO señora. Cuando dice esta palabra, CHOLLAZO, por entre los dientes se le escapa una baba verde y los ojos se le ponen del tamaño de los de una vaca. Porque empieza a darse cuenta de que la señora es incapaz de defraudarlo. Que se cree cada palabra que él le dice y no puede concebir que la esté engañando siendo casi de la familia, recordándole tanto a su madre. Que se siente obligada con ese muchacho agradable, padre de dos niñas preciosas, charlatán, dicharachero y que tanto le recuerda a Tinín. Que se siente incapaz de echarlo de su casa a patadas por hacerle perder la tarde, por beberse su café y comerse sus pastas, por decir que no vendía nada. Por mentiroso.
Cuando el desgraciado se va, deja atrás una buena señora abrumada con más de diez regalos, extraordinarios, valorados en más de dos mil quinientos euros, que mañana le serán entregados a domicilio y sin coste alguno por su parte. Y todo como obsequio por haberse comprado la más maravillosa, completa, exhaustiva, didáctica, actualizada y de edición limitada, solo para coleccionistas, de la ENCICLOPEDIA INGLESA DE LAS MIGRACIONES Y APAREAMIENTO DEL PEZ MARTILLO EN AGUAS INTERNACIONALES. Además, sin coste alguno, LA BIOGRAFÍA ILUSTRADA DE MARTÍN EL HOJALATERO. Abrumada por no haber sabido decir que no al fullero. Abrumada por añadir dos mil euros más, en cómodas letras mensuales de cuarenta y cinco euros, de gastos a su ya miserable pensión. Abrumada, porque mañana tendrá el salón de su casa atiborrado. Con una sartén antiadherente fabricada con las mismas aleaciones que el trasbordador de la Nasa. Una cafetera exprés italiana con quince funciones y mando a distancia diseñado todo por Piero Gandula. Una plancha antiadherente también con programador y termostato de lectura analógica. Un juego de ollas, unas a presión y otras sin ella. Una vajilla de porcelana fina troquelada y decorada con motivos florales. Una cubertería de acero bañado en agua con sal con incrustaciones de huevo frito. Una batidora de batería recargable con adaptador para el mechero del coche. Un juego de rodamientos para carretilla cargadora. Un reloj de caballero con cronómetro, segundero y medidor de profundidad marina hasta quinientos metros. Un reloj de señora con calendario y avisador luminoso de “algo se está quemando. Una aspiradora modelo escobón con filtro anti polen y colgador para galochas. Un sillón de masaje lumbar con butaca apoya pies y mando a distancia con botonera no apta para dedos artríticos. Todo en el salón de su casa y gratis. Todo como regalo. Y todo regalo es poco si tenemos en cuenta la enciclopedia de la que estamos hablando. Abrumada, por todas esas cosas que tiene y que nunca había pensado comprar.
Él se va contento, calculando porcentajes, márgenes, comisiones. Planeando tal vez ese fin de semana en el que vendrá a merendar, con su mujer y sus dos preciosas hijas. Porque estos especímenes son así de impresentables.
Ahora lo llaman comercial. Nosotros no. Aquí, en el pueblo, queremos pensar que hay más gente como nosotros, que es mejor abrir la puerta, dejar que pasen y ofrecerles un café. Aunque a veces se nos cuele algún cabrón. Es mejor que dejar de ser paisanos y no abrirle la puerta a nadie. Al final, dejaremos morirse en el felpudo al hijo de la vecina.
Hoy ha sido una suerte que ninguno de esos, “comerciales”, anduviera por el pueblo. Una suerte para él, porque no estaba el horno para bollos.

COREGA EXTRA

COREGA EXTRA
¿Qué es Corega Extra?
Corega extra es un adhesivo para la fijación de dentaduras postizas.
Alguna de las personas que pierden su tiempo leyendo mi libreta eléctrica, y que está esperando una segunda parte de la historia de “El dentista”, podría pensar, por el título, que esta es esa segunda parte. Pues no. No lo es. Habrá segunda parte, porque no voy a negarme a complaceros, si está en mi mano, a aquellos que me leéis, pero no será hoy. Lo de corega extra va por otros derroteros.
Hace mucho tiempo que Fery intenta convencernos a Doc y a mí para que, un fin de semana, nos larguemos los tres de farra. Fery conoce los locales donde la gente de nuestra edad, y mucho más vieja, esparce su cuerpo y persona. Los ha visitado en alguna ocasión y tiene la información necesaria para triunfar en ellos. La poca información que le falta ya la aportamos Doc y yo sobre la marcha, cuando él nos cuenta lo que nos espera en ese mundo de parranda.
Tiene que ser un sábado que, a estas edades, con un día de juerga es más que suficiente. No puede ser un domingo porque sería imposible recuperarse de tanto baile y tanta vertebra desgastada. Ya no estamos en condiciones de empalmar días de fiesta con días laborables. Dice Fery que son locales de baile, de charla, de caza y de lo que se pueda. Que a ellos acude gente de toda condición y edad. Pregunta Doc que si no será un desguace y que, a lo mejor, en lugar de invitar a una copita a alguna dama de las que por allí “corretean”, es mejor invitarla a una dosis de pomada para el reuma.
Hay que ponerse guapos, dice Fery. Yo creo que es cuestión de ponerse limpios, porque lo de guapos va a estar más difícil. Las cosas ya no son como cuando éramos jóvenes, que podías salir de casa, a correr el mundo, solo con lo puesto. Ahora hay que salir bien pertrechado. Un mal aire, una sudada a destiempo y se acabó la diversión en una temporadita. Enero no es un mes para andar cogiendo frío.
Una vez en el local, la estrategia a seguir es sencilla. Un vistazo por entre las mozas y mozos, aunque ya no estén en edad de recibir este calificativo, mientras buscamos una buena atalaya, en la barra del bar, desde la que escudriñar con eficacia el aspecto del personal. -Y esto es importantísimo. “Escudriñar con eficacia”.
Es importantísimo porque aquella silueta juvenil que, desde dieciocho metros de distancia, parece toda una hembra de postín, a medida que te acercas, va ganando años y cambiando de aspecto en base a dos parámetros.
Uno.-Que ella es una artista consumada en el arte del maquillaje a distancia.
Dos.-Que tú ya no eres aquel lince de dieciocho años con visión de infrarrojos. Eres un gato viejo que, de cerca y con gafas, todavía, pero de lejos, con esta luz y sin las gafas que te hacen mayor, no ves un carajo.
“Escudriñar con eficacia”. Porque cuando llegas a su altura, aquella hermosa y juvenil hembra, puede ser un abrigo colgado de un altavoz.
Dice Fery, que el bacalao se corta en la pista. Una vez que hemos localizado la presa, o que la presa nos ha localizado a nosotros, damos paso al galanteo, al estudio previo, al examen de pros y contras que nos ha de decir si nos la llevamos a la pista, o seguimos buscando gacelas por la jungla. Mucho cuidado si nos decidimos a bailar. Los movimientos han de ser suaves, acompasados y sin brusquedades. Hay huesos muy frágiles, con una vida muy dura tras de sí. Hemos de ser cuidadosos. El alcohol y la música bailonga, juntos, son peligrosos si nos dejamos llevar. Esos ritmos salseros, esos meneos, ese garbo en las vueltas, un molinete de más, y ala, la dentadura postiza de Ginger Rogers, volando por entre las mesas. A buscarla. La inercia es muy peligrosa cuando hay prótesis y ortopedias sin la necesaria fijación. Dice Doc que, si vamos a pasarnos por un sarao de estos, sería importantísimo ir bien equipados. Imprescindible llevar en el equipo, junto con la pomada para el reuma, el tubito de Trombocid y un destornillador portátil, el Corega Extra. Un tubito en el bolsillo de atrás, donde los roqueros llevaban el peine.
También puede optarse por una conversación con copa y olvidarse del baile, pero con mucho cuidado, porque las mujeres que frecuentan estos locales ya no son jovencitas sin experiencias, ya son personas adultas con una historia que contar y, a veces, larguísima, y se pierde la cuenta de las copas, y la correcta pronunciación también se pierde, y la objetividad, y el sentido de la orientación, y por la mañana no sabemos dónde estamos, ni qué hacemos en la cama de esta señora que anda por aquí, pasando la mopa, con esa bata tan floreada.
No sé si Fery se saldrá con la suya y nos llevará a Doc y a mí, un día de estos, a conocer ese apasionante mundo de la segunda oportunidad. Aquí en la obra, mientras lo hablamos, nos ha sonado divertido. Si lo hacemos, tal vez pueda escribir alguna divertida historia para la libreta eléctrica.

LA CLANDESTINA

LA CLANDESTINA
Hemos empezado de nuevo en la obra (alguno pensará que ya es hora pero no voy a perder el tiempo explicándole lo que yo pienso de él) y hemos empezado a lo grande, con imprevistos. Los días de nieve, frío y relajo han hecho mella. Hoy, la clandestina, no ha querido arrancar. Así le llamamos, aquí en la obra, a la camioneta. Para nosotros es como una más del equipo. En ella transportamos los mil cachivaches y herramientas con que practicamos este oficio. En ella nos acercamos al cafetito cada mañana. Hablamos de ella, y con ella, como lo hacemos entre nosotros. Es un modelo raro y antiguo, y su mejor momento hace tiempo que pasó, pero a nosotros nos cae bien. No es la primera vez que uno de sus achaques nos complica la mañana. A veces, sin que se sepa por qué, se niega a ponerse en marcha y entonces tenemos que empujarla, o tirarla por una cuesta abajo para que, aunque sea de mala gana, arranque. Hoy hemos decidido poner fin a estas procesiones y llevarla al taller. Hemos perdido el día con ella, entre diagnosis y suposiciones de experimentados mecánicos. Porque llevar un vehículo al taller puede ser algo mucho más delicado de lo que parece a primera vista, sobre todo si te acercas al servicio oficial de la marca.
Es cierto que uno se tranquiliza cuando una amable señorita te pide los datos de tu cacharro y rellena una flamante ficha-cliente. Te pregunta por los síntomas del achaque, los antecedentes si los tuviere (que los tiene), los kilómetros que tiene, su matrícula, en qué año está fabricada y te asegura que enseguida uno de sus mecánicos, el especialista que corresponda, se pondrá con tu pobre clandestina agonizante. La ves entrar por esa enorme puerta que se eleva silenciosa, porque tú no puedes entrar, la has de dejar en manos de cualquier tuerce-botas, y tú te quedas como si alguien de tu familia entrara en quirófano, a leer revistas y tomar café de máquina mientras ella lucha, con las tripas abiertas, entre la vida y la muerte. Si la cosa va bien, enseguida te la devuelven, o te dan solución al problema. Pero si la cosa va mal. Entonces te mandan pasar dentro, al mundo secreto de los talleres oficiales, para que, el mecánico especializado que ha estado hurgando en tu vehículo, te diga cuál es esa avería que NO ENCUENTRA.
Estás dentro. Todo son secciones. Sección de diagnosis. Servicio rápido. Mantenimiento. Auto exprés. Cada sección con su cartel. ¿Dónde está la clandestina? “Sección averías extrañas prácticamente irreparables”.
Entonces el experto mecánico te mira como si fueras un inocente escolapio y te suelta una tesis mecánica sobre relés y posibilidades. Es posible que la avería esté producida por un relé. Un relé electromagnético, o un relé térmico, o electrónico, o neumático. Hay tantos relés. Pudiera ser algún contacto auxiliar del sistema de soplado del contactor de carga. Nunca se sabe. Algún relé del circuito de arranque, o el temporizador. En este punto, tú, por que parezca que estas entendiendo algo y que no eres lerdo, le dices.- O las escobillas, que están pegadas. Que es una frase muy socorrida que suelta cualquiera y siempre queda bien. Pues no, no son las escobillas. Ni la batería. Ni el alternador. La avería es muy difícil de detectar, porque el relé que falla, no falla siempre, no se sabe cuándo falla, no se sabe cuál es, no se sabe cómo detectarlo, muy difícil, dificilísima, casi imposible. Entonces uno se queda sin palabras, porque estamos en el siglo veintiuno, los de la Nasa salen y entran de la atmósfera como yo de la cama, los cirujanos manipulan, cortan y empalman sin pestañear, hay coches que aparcan solos, mi madre tiene un robot que prepara espaguetis al pesto, redondo de ternera con guarnición, pan, postre y café sin mezclar los sabores y listo para la hora que se desee, y yo tengo una furgoneta vieja, de los años ochenta, que tiene una avería, en un relé, imposible de detectar. Yo no sé si llorar, reírme, o atizarle al mecánico con lo primero que encuentre.
No solo pasa esto con la vieja clandestina, Fery dice que a él le pasa lo mismo con su coche, que ya van por el quinto relé sustituido y no aciertan con la avería, que ahora ya los cambian por sorteo.
Opción A- Empezamos a cambiar relés por orden alfabético y a ver si hay suerte, porque la clandestina tiene solo nueve relés. Y menos mal que es de los años ochenta, porque los modernos pueden tener entre quince y veintisiete relés. (Dice el mecánico que, en esto, tengo suerte pero que, en confianza, él no tiene ni idea de qué está pasando) También se puede apreciar en el ambiente que, dentro de la opción A, ellos, los de “la casa oficial”, preferirían que probáramos en otro taller, que no volviéramos por allí con el cacharro, excepto si quisiéramos cambiarlo por una furgoneta nuevecita, garantizada, pero con muchos relés.
Opción B- Nos volvemos a la obra con la clandestina.
Optamos por la opción B, porque la opción A nos parecía una tomadura de pelo.
Fery, Doc y yo hemos estado un buen rato dándole vueltas al tema pero, en este caso, no llegamos a conclusión. De momento seguiremos con la clandestina, aguantando sus achaques, resolviéndolos por cuenta propia. La empujaremos un ratito por la mañana y luego, el resto del día, ella nos transporta a nosotros. Tampoco es mucho lo que pide.

EL DENTISTA

EL DENTISTA
Parece que al fin la nieve se va y la obra sigue allí, donde estaba, fría y sucia, esperándonos. Se nos acaba este tiempo de ocio y vagabundeo que tan bien se nos da, y tendremos que volver a esa otra rutina del imprevisto. La obra sigue esperándonos y a veces me parece que ya tengo ganas de volver con Fery y Doc al tajo. Pero solo me parece. Porque lo hemos hablado, y también se puede filosofar, cambiar pareceres y aprender unos de otros sin pisar por la obra. Podríamos hacerlo por los bares, que es desde donde los españoles hemos hecho vida, filosofía e historia durante siglos. Estaríamos más calentitos. No vamos a quejarnos, aunque la nieve nos haya complicado un poco la vida en lo económico, nos ha venido de perlas en lo que a salud y disfrute se refiere.
Yo no he tenido tanta suerte en eso de la salud porque, por si acaso la navidad se presentaba ociosa y relajante, ya me busqué yo un buen dolor de muelas, con su infección y su flemón y todo. Llevo ocho días con un carrillo como el de Porky y un ojo medio cerrado. Comiendo caldos y purés, despreciando los manjares y el navideño festín que otros, sentados a mi vera, se dan a diario. Pero nada de esto me duele. Lo que me duele es la muela. Tengo hora con el dentista para hoy mismo y eso es peor que la obra.
Los adultos, la gente mayor, se pasan la vida inventando malvados personajes, monstruos y brujas con los que asustar y mantener a raya a los más pequeños de la casa. Alguien con quien poder amenazar a los rapazuelos por si acaso alguno se desmandara más de lo aconsejable. Yo, cuando era un tierno infante, no recuerdo haberme sentido demasiado amenazado por ninguno de ellos. Ni el coco que te come si no te duermes. Ni el ogro del pantano que te come si no obedeces. Ni el saca mantecas que se traga, sin masticar, a los niños que no hacen bien las cuentas. Ni el hombre del saco que se lleva los niños respondones. Ni el degollador de niños que saltan encima de las camas. Si me come un tipo de estos, ya puede andarse con cuidado de dónde deja los huesos, porque mi madre lo mata a escobazos como deje alguna porquería por casa. Nada, no recuerdo que ninguno de ellos me hiciera sentir ni una décima parte del pánico cerval que me produce “el dentista”.
El dentista. Eso sí que es para asustarse de verdad. Le tenía miedo de pequeño y se lo sigo teniendo hoy. Asusta a pequeños y mayores. Yo tengo hoy hora con el dentista, pero ya no soy persona desde ayer. Ando como nervioso, desconfiado, como las cebras cuando avientan leonas en las cercanías. No tengo apetito y envidio a cualquiera que me encuentro, porque él no tiene que ir al dentista. Cuando llega el momento, llamo al timbre siempre con la esperanza de que hoy, el señor dentista, no haya acudido a su trabajo, no me importa la razón, ni si se despeñó con su coche por un barranco, pero que no me contesten al timbre. Contestan, y tengo que subir. Me desdoblo, que dicen los siquiatras, una parte de mí se encarga de subir, a la otra, hasta la consulta. Sí, todos muy amables, todo muy limpio, la música divina y preciosas revistas para leer, pero yo no tengo ganas de leer, no me apetece escuchar música ¿sabéis? Si quisiera leer y escuchar música, ¡Jamás!, se me ocurriría venir aquí. ¿Cómo puede ser que una persona tan educada y agradable, una buena persona pareces y todo, y hagas tanto daño a las gentes? ¿Señor dentista, no habrá alguna droga o anestesia para que yo no me entere de nada? Podrían administrarla en el portal. Unos disimulados respiraderos y ala, a dormir en la moqueta hasta que me toque. Y nos ahorramos así este calvario que yo me traigo.

Entro en la consulta andando hacia atrás, por si acaso en el último momento me decido a salir corriendo. Me siento en ese sillón de astronauta, tan apetecible si no estuviera en la consulta de un dentista, y me encomiendo a todos esos santos, de los que solo me acuerdo aquí, antes de abrir la boca y disponerme a babear un buen rato.
-Esto tiene muy mala pinta. No sé, no sé-. Dice el señor dentista.
-Ah, pues nada, lo dejamos para otro día si le parece-. Digo yo, con la poca esperanza que me queda. Pero no cuela.
Tampoco creo que cuele hoy. Espero que todo vaya bien, que no haya nada que contar. Para no tener que escribir, mañana, una bonita historia, con mucho sentido del humor, sobre la visita al dentista de hoy.